Después del accidente
Pilar Roldán, EXITO, Nº 30, 1995
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Si me preguntan respondo
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Después del accidente, Luis de Moya continúa
siendo el mismo. Así se empeña en repetir este
sacerdote que, a causa de un accidente de automóvil,
ha de descansar forzosamente todo su cuerpo en una silla de
ruedas desde hace cuatro años; va para cinco. Es tetrapléjico,
pero, "ante todo -insiste-, soy una persona". Un vertiginoso
y sorprendente paseo de la mano quieta de un hombre que ha asumido
su nueva condición con una naturalidad, para muchos,
incomprensible.
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AHORA, a causa de un accidente -desgraciado accidente,
rezarían las crónicas-, todos quieren hablar con él.
Mira hacia el cielo -la única parte de su cuerpo que puede utilizar
es la cabeza- y asegura: «Lo llevo con bastante naturalidad porque
no me complico la vida en absoluto. Trato de contestar con la mayor
sencillez posible a lo que me preguntan. Esto no supone para mí
ninguna obligación».
¡Qué no se complica la vida! Desde dos piernas
que andan y dos manos que se empeñan en escribir cada vez más
deprisa sobre el teclado del ordenador, un viaje en avión Madrid-Pamplona-Madrid
y alguna carrera que otra antes que llegar tarde a una cita, resulta
difícil comprender tal afirmación.
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Mi familia es el Opus Dei
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A Luis de Moya, le gusta el sol. «No -dice-, no
hace falta que nos movamos. Podemos hacer aquí mismo la entrevista.
Ahora que estoy tan a gusto». Lleva ya un rato bajo el hoy benigno
clima de este campus, el de la Universidad de Navarra. Allí vive,
en uno de sus numerosos colegios mayores, y allí se encuentra
su otra "familia" -no se cansa de repetir a lo largo de esta entrevista-,
el Opus Dei, la institución a la que pertenece como sacerdote
desde 1981 y con la que se comprometió a los 19 años.
En esta Universidad, Luis de Moya también impartía clases
de Etica a los alumnos de Arquitectura. Y en esta Universidad, Luis,
sacerdote, tetrapléjico, conversa, habla, discute con amigos,
compañeros, estudiantes y "colegas", como él mismo dice,
que continúan siendo los mismos.
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El aturdimiento por el golpe me ayudó a no tener
un shock
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EL ACCIDENTE
Tiene 42 años. "El 2 de abril de 1991", sufre
el accidente. Un grave accidente de coche. «Venía de Madrid
y muy cerca de Tudela, parece ser que me dormí y cuando me desperté
estaba en la UCI». Parpadea y guiña los ojos y vuelve a
mirar hacia arriba. El resto de su cuerpo permanece tan inmóvil
como sus manos, que parecen dormir sobre uno de los múltiples
accesorios de la silla en la que le ha confinado su tetraplejia. Mes
y medio en Cuidados Intensivos. «No hay un momento concreto en
el que uno despierta -recuerda- y cae en la cuenta de lo que ha sucedido.
No tiene nada que ver con despertarse por las mañanas. Por lo
menos, en mi caso. Se trata de un caer en la cuenta progresivo, no precisamente
de asimilar la situación en que me hallaba, sino que el propio
aturdimiento derivado del golpe hizo que me fuera aclarando poco a poco
en todos los sentidos. No padecí -asegura-, ningún tipo
de shock. Es más, me lo tomé bastante bien. Enseguida
me di cuenta de que a pesar de lo que me había sucedido era el
mismo de antes y de que con la ayuda que por parte de todos se me estaba
brindando podría superar las limitaciones».
Humanidad y técnica se aliaron en este caso para
empujar con fuerza a Luis de Moya: «Ser el mismo de siempre, con
las técnicas que actualmente existen a disposición de
cualquiera que pueda necesitarlas, y con el cariño que me daba
toda la gente que se hallaba a mi alrededor».
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Me compadecen los que no me conocen
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"COMPASION"
¿Siente compasión en la mirada de los demás?
«Sí -y se toma varios segundos de respiro-. Sobre todo en
quienes no me conocen». Se calla durante unos instantes. «Lo
único que pienso cuando ocurre eso es que, efectivamente, no
me conocen y, por otra parte, que es normal creer que la situación
es mucho más dramática de lo que realmente es. Quizá
desde fuera se imagine uno que a quien le ocurre como a mí ha
perdido ya toda la vida. En absoluto es ello cierto. Yo, mantengo prácticamente
lo que hacía antes. Es decir -y lanza la pregunta al aire y a
los ojos que le miran-, qué es lo que soy yo ante todo: soy una
persona, y eso no lo he perdido».
«Cuando se piensa que todo en la vida es ir, venir,
tener, gozar, y se pierde de vista que lo fundamental es amar y ser
amado. Cuando eso ocurre, se pierde el norte. Uno no es grande en la
medida que posee más cosas o en la medida que es más dinámico
físicamente hablando, sino que uno es más, sencillamente,
en la medida que puede amar más».
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La riqueza de la fe
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Luis de Moya habla del ser antes que del tener. «Claro,
claro... Porque, además, y ahora hablo del otro extremo, aparte
de persona, también soy un sacerdote. Eso, no me lo quita nadie.
Mi objetivo y mi destino están donde siempre». De cualquier
forma, y esto lo tiene muy claro, su fe en Dios le ha ayudado a asimilar
lo sucedido, algo de lo que carecen otros de sus semejantes: «Sí,
soy consciente de ello. La fe me ha ayudado mucho, y he procurado ser
consecuente todos los días con ella desde que estoy así,
como también procuraba serlo antes. Pero, aparte de ayudarme
-continúa- la fe me ha confirmado lo humano, lo espiritual, aunque
muchas veces este aspecto se deje de lado y se quiera reducir al hombre
a un ser que simplemente consume, como si fuera un animal que come o
un animal que vuela».
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Proclamar la grandeza de Dios y del hombre
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--Lo que más le gusta de esta vida a Luis de
Moya.
--Tratar a las personas.
--Y lo que más le disgusta, lo que le da una pereza enorme hacer.
--Comer, me cuesta muchísimo. No tengo apetito.
--Un libro de cabecera.
--"Juan Pablo II", me encanta, sin más.
--Una película. "Ciudadano Kane"
--¿Y la música?
--Me gusta. Desde la V Sinfonía a Barbara
Streissand, sevillanas...
--Luis, ¿por qué está usted contestando ahora estas
preguntas a un medio de Comunicacion?
--(Hay un silencio. Luego sonríe ampliamente y parece un niño
travieso.) Porque me gustaría proclamar lo anterior a todo el
mundo, y no es que me gustaría, es que tengo mi vida dedicada
a ello, desde los 18 años, cuando me di cuenta que merecía
la pena dedicarse a proclamar la grandeza de Dios y la humana porque
somos sus hijos.
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Con frecuencia se achata la solidaridad
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SOLIDARIDAD
Dice que sí, que en algunos momentos le duele,
«pero no tanto porque me duela a mí, sino, a veces, por
otros que no comprenden». El sol no ha dejado de brillar. Se empeña
en seguir acariciando el rostro de Luis de Moya: «Mi fin en esta
vida -dice este sacerdote- es que todos encuentren la felicidad, pero
no sólo por un rato, sino siempre». Palabras mayores que,
no obstante, comienzan por algunos pequeños, pero inmensamente
enriquecedores gestos. Así, esa palabra tan manida en los tiempos
que corren, solidaridad, se hace carne de cañón en casos
como éste. Solidaridad, en esta ocasión, sinónimo
de integración. «A veces, esa palabra se reduce demasiado.
No se trata de hallarse integrado en un ambiente o en un reducto social
quizá demasiado estrecho y demasiado concreto».
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A pesar de todo cada vez soy más el de siempre
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No obstante, las barreras, en la vida cotidiana, a la
hora de llevar una actividad normal, existen: «Sí. Hay barreras
puramente físicas. Necesito más tiempo para ir de un sitio
a otro, me afecta el frío más que a los demás...
Pero es lo de menos». Sus días, a pesar de todo, no han
cambiado tanto. «Son cada vez más parecidos. Cuando no tengo
complicaciones clínicas, ahora estoy como una rosa -apuntilla-,
diana a las siete menos cuarto para hacer lo mismo que antes, un rato
de oración antes de la misa, desayunar, rezar, lectura...»
Luis de Moya continúa colaborando con la Universidad de Navarra
impartiendo algunas lecciones, seminarios, charlas, etcétera.
Así se le pasa la mañana. Por la tarde, ejercicio y rehabilitación
obligados. Y, siempre, la ayuda de alguien. ¿Cómo se supera
esa dependencia? «Con sencillez, si lo queremos llamar de alguna
manera. Es casi como hacerse un poco niño, ese niño que
pide ayuda sin mayores complicaciones».
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La técnica al alcance de la mano
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Un "niño" que tiene aparcada en la esquina la
furgoneta Peugot que le lleva y le trae, conducida por uno de los miembros
de su "familia", adaptada con una rampa para subir y bajar la silla:
«La compramos con un préstamo pedido al banco y luego a
cuenta de la pensión que me pasa la Seguridad Social por invalidez.
Por otra parte, la silla la adquirí por medio de la indemnización
del seguro del coche, aquí, en una tienda de Pamplona; no tuve
que irme más lejos».
Aprovecha la ocasión y explica cómo funciona
esta su inseparable compañera. La barbilla de Luis se maneja
a la perfección y las ruedas se ponen en marcha más o
menos veloces. Al hilo, explica que su boca le sirve para escribir en
el ordenador, soplando un dispositivo especial y «utilizando el
ratón con la cabeza».
Luis de Moya, aquel estudiante de Medicina, luego médico,
que se ordenara sacerdote, tiene ahora una cita muy especial: el confesionario.
«Así, que si quieres, aún estás a tiempo».
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