Pensando en la Clínica 

SOBRE LA MARCHA. En la tercera. Una pregunta fundamental. p. 52

El peligro del "hospitalismo" y la autocompasión

 

No podía conformarme con organizarme la vida "estupendamente" entre las paredes de mi habitación. No podía limitarme a poner mi interés en sobrevivir lo mejor que pudiera. Esto sería "hospitalismo". A pesar de mi lesión, ni estaba condenado al encerramiento ni tenía derecho a dejarme cuidar y nada más.

Una parte importante del tratamiento consistió, por esto, en evitar a toda costa el llamado "hospitalismo": la tendencia de los pacientes como yo a instalarse en su habitación y organizarse para poder soportar lo mejor posible las molestias y deficiencias que padecen, centrando en eso buena parte de la atención y de la actividad. Yo no podía, no debía, buscar el mero sentirme cómodo o lo menos contrariado posible entre mis cuatro paredes, como si no pudiera hacer otra cosa, como si ya nadie esperara nada de mí. Si hubiera caído en ese planteamiento, habría condenado mi vida al lamento permanente como telón de fondo. Consentir en esa visión tan negativa de mi situación, supondría -aparte de pactar con una falsedad- autocondenarme al victimismo. Ir por el mundo con complejo de víctima, como dando pena, se me hacía poco gallardo y un tanto falso, porque veía con claridad que teniendo la cabeza sana no había razón para no utilizarla con provecho.

 

 

Podía y debía continuar con mis actividades de siempre

 

 

 

El horizonte de mi vida siguió estando donde siempre porque, en lo fundamental, yo no había cambiado. Aparte de mi consabida lesión con sus consecuencias, la realidad grande y definitiva de mi vida era la misma y continuaba siendo accesible. Más difícil en lo material, pero posible. Por costoso que me resultara, debía esforzarme por mantener el ánimo suficiente para desarrollar una actividad en la calle, en un despacho, en las aulas o en una iglesia, como antes de la lesión. No quería enclaustrarme -no es lo mío-, debía fomentar las relaciones personales para seguir con mi tarea de sacerdote, aprovechando las circunstancias en las que ahora me encontraba.

Sería fundamental a partir de entonces que me sintiera querido y útil. No hacía falta aclarar por qué: era elemental, pero la doctora quiso decírmelo expresamente, pues iba a ser necesario no olvidarlo en adelante. En lo sucesivo notaría más el afecto o las faltas de afecto y, con más facilidad, podría asaltarme la tentación de pensar que no podía hacer casi nada o incluso que era un estorbo.

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