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TRES HISTORIAS SOBRE RUEDAS
ABANDERADOS DE LA VIDA (2)
LUIS DE MOYA, MIGUEL PEREYRA, ESTHER ABARQUERO
No todas las tetraplejias son iguales. Pero
casi todos los que padecen esta grave enfermedad aseguran que
todavía tienen suficiente vida para no ser desechado.
Así lo afirma el sacerdote Luis de Moya, cuya escasa
capacidad respiratoria no le permite ni silbar. Lo peor, tener
que depender de otras personas, pero ello a Miguel Pereyra no
le impide compartir las responsabilidades caseras.
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Diferencias entre unos y otros
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La diferencia entre la lesión C6-C7 de Eduardo Fungairiño,
la C4-C5 de Esther Abarquero y la C4 del sacerdote se ve, por ejemplo,
al pasar hojas. El primero ha aprendido a hacerlo, Esther necesita ayuda;
y Luis de Moya jamás podrá intentarlo siquera, porque
sólo mueve el cuello. Su capacidad respiratoria ha disminuido
y, por ello, es incapaz de cantar e incluso de silbar. Moreno, ojos
oscuros, cejas pobladas, sotana y zapatos negros. Contra esta opresión
de los colores, sólo se rebelan su alzacuellos y su piel...,
ligereamente tostada y con un lunar a cada lado de la nariz. La pequeña
indemnización, dos millones de pesetas, se debe a que Luis de
Moya conducía y fue él el responsable, involuntario, del
accidente. Las pólizas recojen una cantidad fija para el conductor
en caso de invalidez; sin embargo, un juez señala la indemnización,
si el afectado es un acompañante. Luis explica inseguro: "Me
dio la impresión de que me dormí a la altura de Tudela;
sin embargo, hay algo que yo tenía perfectamente claro: si me
entraba sueño me pararía". Venía de ver a sus padres
en Ciudad Real, donde nació hace 42 años; el accidente
ocurrió hace cinco. Tras comer en Madrid con un hermano y tomarse
un par de cafés salió para Pamplona. Su coche chocó
contra unos almendros, pero él no recuerda absolutamente nada.
Le gustaría recuperar su movilidad pero no es fundamental para
él: "No tengo complejo de víctima. A pesar de que hay
muchas cosas que no puedo hacer, sí la mayoría, y, por
supuesto, las importantes. Y dejaría de hacerlas si me dedicara
a lamentarme".
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Siempre preguntan lo mismo
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PRODUCTO DE DESECHO
A las doce y media de la mañana, está
rodeado de chicos y chicas que, con sus libros bajo el brazo, acuden
a clasede Derecho en la Universidad de Navarra. A esa hora ya ha concelebrado
misa, ha concedido una entrevista y se ha desplazado hasta el campus;
ahora, acaba de salir del confesionario y le espera una sesión
de fotos; los medios de comunicación se interesan mucho por él.
"Siempre me preguntan por la eutanasia. ¡Pues no me da la gana!
Yo no puedo ser un producto de desecho. Me siento superior; tengo suficiente
vida como para no ser desechado", afirma.
A mediodía vuelve a casa, un Colegio Mayor fuera
del Campus, para comer. Tanto su silla eléctrica como su ordenador,
los dirige con la boca. Con un movimiento ligero de cabeza, se mueve
por la pantalla; y sopla para seleccionar las letras. Para ello, Adolfo
le ha puesto antes unos cascos, Adolfo o cualquiera de los que viven
con él le ayudan cuando su secretario no está. Éste
trabaja ocho horas con D. Luis de Moya: le lleva sus papeles, conduce
la furgoneta, le abre las puertas, etc.
Agradece mucho la ayuda que recibe pero le resulta dolorosa:
"Soy un permanente objeto de complicaciones, sobre todo para la gente
que más me quiere. Yo siempre había sido bastante autónomo
y eso se ha terminado radicalmente". Para acabar el día aún
le queda participar en una charla con estudiantes, preparar la homilía
del día siguiente, escribir cartas y hacer unos ratos de oración.
Otras de sus actividades son impartir clases de moral en la Universidad,
cenar con algún amigo o continuar rehabilitación.
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La vida cambia... pero no radicalmente
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En uno de los patios del Colegio, hay azaleas y numerosos bonsais que
él mismo cuidaba antes. Ahora tiene que conformarse con verlos
crecer; sin embargo, continua buscando setas, otra de sus aficiones.
Su silla no es un todo terreno, pero, con cuidado, se mete en alguna
pradera, localiza champiñones y le pide a sus acompañantes
que los cojan. El accidente no ha supuesto ningún cambio en su
personalidad: "Quien antes me caía bien, me sigue cayendo bien;
quien antes me caía mal, me sigue cayendo mal. Y soy partidario
del mismo equipo de fútbol".
Mantiene en secreto qué colores defiende y, sin
embargo, no le importa confesar que sufre: "Hay algunos momentos en
que lo paso mal. Pero soy consciente de que no es falta de algría,
de que soy feliz. Es posible sufrir y estar alegre. No sé si
es un misterio". Encuentra una explicación en que el hombre no
es sencillamente un animal, y por ello, su estado de ánimo no
se relaciona necesariamente con sus sensaciones físicas. "La
alegría profunda tiene que ver con lo que uno es y con lo que
reconoce que tiene. Dios está llenando mi vida, noto que me quiere
y hace que este sufrimiento sea perfectamente soportable".
Añade que también cuenta con los medios
que hacen su situación llevadera: "mis amigos y mi familia, las
personas de la Obra (Opus Dei) con las que convivo, me quieren y trabajan
por mí, porque yo tengo una pensión de la Seguridad Social,
pero no me llega ni para cubrir el sueldo de mi secretario".
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28 años de tetraplejia
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No al Opus Dei sino a la Compañía de Jesús pertenecía
Miguel Pereyra cuando se quedó tetrapléjico en 1966. El
accidente cambió su vida. Hoy es secretario general de la fundación
ONCE, está casado y tiene dos nietas. Es igualito a Antonio Ferrandis,
"Chanquete", el marco de su rostro se compone de una calva, con unos
pelos estreatégicamente cruzados, y una cuidada barba canosa.
Sus 56 años marcan un especial paso del Ecuador: Tenía
28 años cuando se accidentó y desde entonces han pasado
otros 28. El conductor acababa de sacarse el carnet. Empezó a
llover y, al salir de una curva, se encontraron un grupo de ciclistas
sin luces. El conductor dio un volantazo y el coche estuvo a punto de
volcar. Pereyra no sufrió ningún golpe, sino que el movimiento
brusco de la cabeza le descolocó las vértebras del cuello;
y éstas cortaron la médula a la altura de la sexta y la
séptima vértebra. "O sea, sería una de las tetraplejias
menos malas", aclara.
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Los problemas administrativos
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ME ENGAÑARON
Durante un año, siguió el proceso de rehabilitación
en "La Paz" en Madrid; tan sólo hacía unos meses que acababa
de crearse una planta especializada; fue la primera de la Seguridad
Social. Cuando le reclamaron los gastos del año que estuvo ingresado,
indicó qué compañía de seguros debía
pagarlos. "Todavía no sé si los pagaron o no. A mí
me engañaron", afirma Miguel Pereyra. Lo único que le
importaba eran los gastos de hospitalización y la atención
médica en el futuro. Justo antes de firmar el documento con la
compañía del coche, le leyeron un papel en el que le aseguraban
la asistencia sanitaria. Tras la firma, salió y vio que ese papel
no tenía membrete, ni sello, ni firma. "Y eso es una estafa".
Recurrió a varios abogados pero ninguno quiso hacerse cargo del
caso. "Meterse entonces con las compañías de seguros era
comprometido para ellos". Miguel añade que, en los años
setenta, las compañías abusaban de los lesionados y, sin
embargo, hoy pueden darse los dos casos: abusos de las compañías,
y por otra parte, indemnizaciones exageradas.
La atención diaria y los apoyos que necesitó
al salir del hospital, los encontró en la Compañía
de Jesús. Estudiaba Teología y su primer reto fue no perder
curso; el segundo, ordenarse sacerdote cuando le correspondía.
Ambos objetivos los consiguió. "Tenemos más facilidades
para integrar nuestra nueva situación los que somos vitales.
Aunque realmente te preguntas hasta dónde has salido tú
o te han ayudado los que está a tu alrededor". Aumentó
su relación con compañeros que antes no trataba; y su
familia de sangre, que empezaba a dispersarse, se unió entorno
a él.
Aun así, unos años después, abandonó
el ejercicio del sacerdocio. "Fue mi crisis de accidente. La necesidad
de enfrentarme a la vida sin respaldos institucionales", explica Miguel:
Poco antes del accidente, dijo que no quería llegar a viejo para
cuidar canarios, ocupación de sus compañeros jesuitas
de mayor edad; y para no depender de otras personas. "Me sublevaba el
perder la autonomía. Pues bien, llevo 31 años dependiendo
todos los días de otras personas, es decir, lo que había
formulado de una manera, lo viví de otra completamente distinta".
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"Quien la sigue... la consigue"
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No le fue fácil conseguir su primer trabajo, director de un colegio
de niños minusválidos. "Pero llamé a cuarenta puertas
y se abrió una". También directora de un colegio, el primero
en España para niños hospitalizados, era María
del Carmen Cabellos, cuando conoció a Miguel Pereyra. Carmen
es hoy su mujer. "Todos mis amigos se asustaron e intentaron quitármelo
de la cabeza. Muchas veces no se ve la persona porque la silla la tapa.
El rechazo social a los minuválidos es básicamente un
rechazo por falta de infromación; la gente tiene miedo a lo desconocido
y a lo que le pueda pasar a él", asegura Carmen con voz clara
y decidida.
Al trabajar con todo tipo de minusválidos, ella
sí estaba informada. "Si no, probablemente me hubiera pasado
igual que a los demás: la silla me hubiera impedido verle a él".
Al conocerle, le sorprendió su normalidad. "Los mismos amigos
que tenía antes del accidente son los que seguimos teniendo",
asegura.
Su día es como el de cualquier mujer trabajadora.
Al principio, no entendía por qué su marido no aceptaba
su ayuda. Ahora, está totalmente convencida de que su relación
podría haberse destruido: "Se crea una relación patológica
cuando una persona está pendiente de otra las 24 horas. Yo ayudo
a mi marido mucho más que cualquiera otra mujer al suyo, pero
no en una proporción tal que sea una carga para mí. Una
persona viene en determinados momentos para levantarle, vestirle, acostarle,
etc. Cuando viaja, le ayuda a superar las dificultades un chófer
de que dispone por su cargo representativo".
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Las cosas han ido mejorando
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Carmen Cabellos le ayuda por la noche y en el tiempo libre. Los trucos
en casa son imprescindibles como colocar los muebles pegados a la pared
para que la silla eléctrica no tropiece, o disponer de una grúa
que mete y saca a Pereyra de la bañera con solo apretar un botón.
Antes de tener la silla eléctrica y un coche con rampa, llegó
un momento en que apenas salían pues pasear era un sinónimo
de empujar para ella. "Al salir de un coche, tenía que pasar
a Miguel desde la silla de ruedas al asiento. "Y pesa ochenta kilos,
de manera que no es tan fácil", exclama.
Todos los años pasan una semanas de vacaciones
en lo que llaman "vacaciones de pareja", es decir, cada uno por su lado.
"Nos damos cuenta de que cada uno está con el otro porque quiere,
y no hay ninguna obligación ni dependencia especial", aclara.
Ambos comparten las labores domésticas; él hace la compra
o se encarga de que arreglen las averías; cuando sus hijos eran
pequeños, Pereyra se quedaba con ellos a menudo debido al trabajo
de su mujer, directora del INSERSO en Toledo. Ella se ocupa en casa
de las tareas manuales. "Para mí fue una colaboración
impresionante cuando él mismo se encargó de una tía
mía, con demencia senil, que vino a vivir con nosotros. Pasaba
horas con ella, la ayudaba a pasear, le explicaba cosas...", comenta.
Añade que lo importante es la disposición
de su marido a ayudar y no quejarse.
Tanto en el despacho de Carmen Cabellos como en el de
su marido, hay fotos de sus tres hijos a quienes adoptaron en 1977.
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Para un anuncio
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TETRAPLÉJICA A CAUSA DE UN BURRO
Su sonrisa, con grandes labios de marcada forma, nunca
se borra de su cara. Incluso en el anuncio de televisón en que
contaba trágicamente su accidente, su rictus se asomaba en lo
que pretendía ser una expresión seria.
Ahora no sólo sonríe sino que se ríe
al contarlo todo sobre su accidente. Las arrugas, en torno a sus labios,
se multiplican cuando explica que fue un burro el causante de su tetraplejia.
Además su risa es contagiosa.
"Al ser de noche, no lo pudimos ver; cuando lo quisimos
ver, estábamos encima de él; y, al intentar esquivarlo,
dimos vueltas de campana. Ha sido una lesión en la médula
espinal, al nivel de las cervicales C4 y C5. Y esto prácticamente
quiere decir que no te puedes mover. Yo creo que había que tener
muchísimo más cuidado en la carretera, porque muchos de
los accidentes se pueden evitar. Pero, vamos, supongo que un poco rápido
sí que íbamos".
Esto es lo que decía el anuncio desde una habitación
de hospital, en la que el sol entraba de lleno. Su silla formaba ángulo
con la ventana y provocaba ligeras sombras que hacían dudar de
si su pelo, casi al cero entonces, era rubio o pelirrojo.
"El rodaje fue un momento, media hora", asegura Esther.
De manera altruista, participó en una de las campañas
de prevención de accidentes de la Dirección General de
Tráfico. La habitación del hospital estaba en Toledo,
donde ella aún con collarín, se estaba rehabilitando.
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Hay que pasar malos ratos
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El proceso duró un año, aunque antes ya la habían
operado en Madrid para fijarle las tres vértebras afectadas del
cuello. Los tres primeros meses estuvo completamente inmóvil.
"Los primeros momentos son un poco malos porque estás en la cama
y empiezas a levantarte, bajas al gimnasio, vas a terapia y cambia todo
mucho".
Ahora cuenta con una alegría radiante que puede
mover el cuello y los brazos. Cuando llevan un tiempo moviéndose,
en silla de ruedas, van a casa los fines de semana, en Navidades, Semana
Santa y parte del verano. También entonces, pueden salir por
la noche y regresar a altas horas. "Haces muchos amigos y, como es gente
con la que estás desde que te levantas hasta que te acuestas,
coges mucha confianza" comenta "Esther, la rubita", que así es
como la llamaban en el hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo
donde la conocían por la alegría que siempre llevaba consigo.
El personal del Hospital le informó desde el
primer momento de todo lo que podría seguir haciendo. Esto junto
a los ánimos de su familia y la experiencia de los más
veteranos en silla de rueda le han ayudado a vivir su invalidez sin
traumas ni complejos.
No obstante, afirma que le queda mucho por aprender
y que su carácter ha cambiado un poco: se enfada sin motivo con
la gente a quien más quiere.
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Necesidad permanente de ayuda
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Esther necesita a alguien siempre a su lado y, aunque ahora vive con
su madre y es ésta quien la atiende, durnate medio año
fue Yolanda, su hermana, quien la levantaba, lavaba, peinaba, vestía,
escribía los deberes que le dictaba Esther... Por tanto, sus
actividades cotidianas dependían también de otra persona:
alguien que la sustituyera y atendiera a su hermana cuando debía
ausentarse.
Yolanda, morena y con algunas huellas de acné
que están desapareciendo, es licenciaba en Sociología
y, antes del accidente, planeaba independizarse, pero después
enfocó su vida pensando en Esther. "No es mejor ni peor, simplemente
te adaptas", asegura.
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Los demás han podido
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EN EL HOSPITAL
También para ella fue muy importante la estancia
en el Hospital: "Ves cómo rehacen su vida. Uno se casa, otro
tiene hijos, estudian o trabajan... ¡Están contentos! No
se acaba aquí la vida. Luchas por ser fuerte y decir: yo también
puedo superarlo si otros lo superan". Yolanda tiene un año más
que Esther; su fluidez y claridad al expresarse se corresponden con
sus estudios y la vivencia de la rehabilitación de su hermana.
"Esther intentó, desde el principio, parecer
que estaba bien. Es un círculo: si la persona está animada,
los que la rodean también; y si estos están animados,
ella se anima más".
Todos los amigos de Esther siguen tratándola
como antes. Sin embargo, algunos amigos de su hermana no supieron reaccionar
y se escabulleron.
Esther vive ahora con su madre en Palencia, donde han
comprado un piso al que, en construcción, hicieron las adaptaciones
necesarias. En Madrid, donde vivía con su hermana, siempre estaba
pendiente de un coche que la transladara, pero en Palencia no lo necesita,
con su silla acude a todas partes. "Aquí es donde está
mi gente y mi madre. Es más pequeño y más cómodo".
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Se echa de menos la autonomía
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A pesar de su adaptación, Esther echa de menos su libertad. "Me
gustaría salir sola, sin nadie. Antes hacía de todo, ¡si
es que no paraba!". Se prepraraba para ingresar en la Guardia Civil,
estudiaba COU, trabajaba como dependienta y tenía tiempo para
practicar kárate y natación. Ahora, un objetor de conciencia
le hace compañía por las mañanas, otros días
va al gimnasio y por la tarde ve una película con algún
amigo. Otra de sus aficiones es es tumbarse, un hábito adquirido
para evitar la formación de escaras. Estas heridas pueden llevar
al quirófano y a estar meses tumbada, boca abajo, hasta curarse.
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