Entrevista
en

"Debate sobre la eutanasia"

Entrevista realizada por Carla Fibla: PLANETA, 2000

 

--¿Cómo se encuentra?

Muy bien, gracias a Dios. Con las molestias que suelen ser habituales en los tetrapléjicos. Nada por otra parte insoportable, y a lo que después de ocho años largos de lesión, en cierta mediada uno se va acostumbrando. Eso, ciertamente, también ayuda. El verano, además, me sienta bien.

 

--¿Cree usted que existe un debate sobre la eutanasia en la sociedad actual?

Desde luego. No hay más que ver la prensa. Somos invitados a diario a participar en debates, cuyos resultados estadísticos se nos ofrecen de inmediato en los mismos medios de comunicación que los plantean. Lo compruebo todos los días al ojear la prensa en Internet. Es por eso un debate artificial, que interesa demasiado a los medios de difusión: la eutanasia vende, como todos los escándalos. ¿Por qué, sino, ahora este libro? No es, desde luego, la venta de periódicos, libros o programas de televisión la causa de que se mate a las personas. El problema que puede representar, en ciertos casos, un enfermo terminal: con su dolor, sin esperanzas de curación, con un importante gasto económico y, sobre todo, humano, es lo que provoca un cierto debate social y diversas soluciones teóricas al conflicto que puede representar el enfermo, en función siempre de los valores que se tengan de partida.

 

--Usted es una referencia para analizar la posición contraria a la legalización de la eutanasia, ¿por qué cree que no debería despenalizarse?

Me halaga su afirmación de que soy una referencia para algo bueno. La "culpa" es de los valores a los que antes me refería. Ellos son el primer motor, por así decir, en esta cuestión. Lo demás es tener una determinada forma de ver la vida y la muerte y, en consecuencia de esa particular visión, haber salido en defensa de mis ideales: interviniendo en los medios de opinión pública; haber escrito un libro -Sobre la Marcha- con mis experiencias y reflexiones a raíz de un accidente por el que estuve por dos veces a punto de morir; o seguir dispuesto para la vida -a pesar de que, como se puede figurar, me cuesta bastante más que a la mayoría-, manteniendo una ilusión creciente por proclamar la grandeza de lo que somos.

En este sentido comprenderá que permitir que alguien pueda quitar a otro la vida impunemente -así es toda eutanasia legal- presupone que podemos disponer legítimamente de la vida humana, y no sólo en la propia conducta; lo cual, aunque algunos lo pretendan, no es admitido por ningún estado de derecho, y criticable por el mismo principio: ningún hombre está facultado para despojarse de la vida como no lo está para otorgársela. Venir al mundo y salir de él son dos extremos que no están legítimamente al alcance de la libertad. La libertad la ejercemos una vez que somos personas, pero llegar a ser personas, como es evidente, ninguno lo hemos decidido. Luego, sí. Una vez que somos hombres nos sentimos libres. El hombre puede orientar sus actos según sus deseos.

Sin embargo, no todo comportamiento por ser libre es legítimo. De ahí que algunos comportamientos estén penados; con lo que, entre otras cosas se da cierta seguridad a los individuos. Siendo, pues, la vida personal el origen de todos los derechos subjetivos, es necesario penalizar decididamente las agresiones contra la vida. Agresiones que están garantizadas, cuando se legaliza la eutanasia. Ya ha sucedido, estando legalizada la eutanasia, que el médico, sin contar con el parecer de su paciente, se la aplicó por su cuenta. Se trataba, en concreto, de una religiosa que, naturalmente -pensaba aquel médico- por nada del mundo se la iba a pedir: así -supongo- la libraba, de paso, de sus "prejuicios" religiosos.

No me estoy refiriendo a un caso aislado, ni a algo que no hayamos conocido por la prensa. En la prensa tuve así mismo ocasión de leer hace ya algunos años que con la proximidad de las vacaciones veraniegas aumentaba el número de ancianos abandonados. Al parecer solía ocurrir cada año en esas fechas y así lo manifestaban los encargados de la Casa de la Misericordia, en la ciudad donde vivo. El anciano, con su demencia senil, sin otro trastorno significativo, era dejado con su silla de ruedas a las puertas de ese centro asistencial, incapaz de explicar de dónde venía ni qué hacía allí. Ignoraba naturalmente que su familia se había marchado de veraneo.

Como afirma Bernard Nathanson, el conocido médico ex-abortista, "habrá empresarios que montarán pequeños y discretos sanatorios para aquellos que deseen morir, o hayan sido persuadidos, coaccionados o engañados por los médicos... Pero eso no será más que la primera fase. Cuando los tanatorios prosperen y se expandan formando cadenas de clínicas y redes de concesionarios, los economistas tomarán el mando y recortarán gastos y costes corrientes a medida que aumente la competencia. En su versión final, -reorganizados, eficientes y económicamente intachables- se parecerán más que a ninguna otra cosa a las fábricas de producción en serie en que se han convertido las clínicas abortistas, y -en una fase posterior- a los hornos de Auschwitz".

Respecto a la no despenalización la eutanasia, como cristiano, que intenta ser coherente, puedo darle otras razones de acuerdo con mi fe. Hay quién piensa que esas son las únicas razones de los que se oponen a este crimen, por eso prefiero callar ya.

 

--Ha creado una página de Internet en la que ofrece mucha información sobre su persona y sobre el accidente que sufrió en 1991, ¿para qué le ha servido contar o explicar todo lo que incluye?

Tengo muy buena experiencia de haber contado con franqueza el proceso de mi recuperación. Haberlo plasmado en pocas páginas, ha servido para que se difunda bien y para desdramatizar una situación como la que padezco. Aunque la tetraplejia es desgraciadamente más frecuente cada día, según mi experiencia es soportable y permite vivir con dignidad.

 

--¿Recibe usted muchos mensajes o preguntas de personas que se encuentren en su situación o que necesiten consejo?

Afortunadamente no recibo muchos mensajes, aunque sí los suficientes como para dedicar horas cada día a contestarlos. Algunos parecen pensar que por haberme roto el cuello tengo un especial don de consejo o una singular virtud. Conviene que me ría, indulgentemente, por estas "devociones" que a veces provoco. En todo caso, afortunadamente no son excesivas, me sirven para dar gracias a Dios, y me apoyo en ellas, en su oración por mí, mientras por mi parte procuro encomendarlas también al Señor. Así nos beneficiamos las dos partes.

 

--¿Cree usted que cualquier persona puede adaptar su vida y su personalidad a cualquier situación que le depare el destino? ¿Por qué?

Pienso que sí, aunque no quiero decir que uno pueda siempre conseguir lo que se ha propuesto o que pueda ver cumplidas sus ilusiones. No somos dueños del destino. Por muy libres y autónomos que queramos ser, nos encontramos sujetos a infinidad de influencias, de condicionamientos que no habíamos previsto y no pocas veces nos resultan indeseables. Me parece que está fuera de lugar hacer un problema de algo tan trivial y evidente como que debemos adaptarnos a una realidad previa a nosotros. En las circunstancias propias de cada uno, se trata de intentarlo. Y soy, consciente a la vez de que no somos omnipotentes y, en consecuencia, pueden fallar nuestras pretensiones, sean correctas o no.

Efectivamente es muy importante salirnos con la nuestra: es la razón por la que intentamos algo. Pero lo verdaderamente decisivo es la rectitud en la propia conducta por intentarlo de verdad; es decir, honradamente, hasta el final o, simplemente, intentarlo. Considero, en fin, que vale más lo que uno es que lo que uno hace. Pienso que uno debe procurar adaptarse al destino a menos que desee vivir como en otro mundo. Tendría que hacer, si no, como aquel tan conocido que protestaba: ¡que paren el mundo, que me quiero bajar! Lo que habitualmente llamamos éxito, no debería ser lo más preocupante. Nos bastará, pues, con asegurar lo que de nosotros depende; es decir, que hemos puesto todos los medios oportunamente para actuar con rectitud, que lo hemos intentado de verdad.

 

--¿No se ha deprimido usted nunca? Si le ocurre alguna vez, ¿podría relatar cuales son sus mecanismos de respuesta para no perder el optimismo y la fuerza que parece tener?

Debo reconocer, en todo caso, que también a mí me sorprende permanecer tranquilo y considerar que en el fondo no me ha pasado nada serio. Pero tengo a mi favor que no me contemplo -aunque bien que siento los efectos de la discapacidad-, y esto me ayuda a no tener en cuenta cómo estoy, a trabajar como si nada tratando de sacarle partido a la cabeza con las ayudas humanas y técnicas de que puedo disponer. Es muy conocido el hecho de que buena parte de las depresiones se originan por autocompasión. Estado en el que se puede caer si no se encuentra el oportuno apoyo, sobre todo humano donde uno espera.

De todas formas lo decisivo en este asunto, antes incluso que ese apoyo exterior, son las propias convicciones. Los valores realmente grandes de mi vida no habían desaparecido con el accidente por haberme roto el cuello. Por eso, siendo tetrapléjico, conservaba y conservo las mismas ilusiones que antes, concretamente los mismos motivos para trabajar y para el esfuerzo en general. Pretendo simplemente decir que con una poderosa razón para vivir, que además llena de sentido la existencia en cualquier circunstancia, es más fácil mantener el optimismo.

 

--¿Le molesta que le consideren unos una persona extraña por haber sido capaz de adaptarse a su destino, y que otros estén constantemente admirando su entereza?

No. No me molesta. Comprendo que las circunstancias de mi vida no son frecuentes y eso necesariamente me hace extraño. Pero a estas alturas, después de más de ocho años de rodar por todos sitios, ya me he acostumbrado a llamar la atención en muchos sentidos. Por mi aspecto: con silla de ruedas, y ¡qué silla!, y además, cura; por lo que debo sufrir, por mi entereza, como dice usted, por más que sea tan sólo mi forma de ser; por lo que hago; por lo que voy a hacer.

En fin... es comprensible. Pero hay cientos de personas en situaciones parecidas por todo el mundo. Conozco a algunas en peor estado que pasan completamente inadvertidas. Digo, que alguien como yo en acción es una obra de arte, y el mérito es del artista, del que sea en cada caso y anónimo casi siempre. Es necesario comprender que cada persona necesitada es para los demás -más capaces en ese momento- una ocasión para ejercitar lo que es más propio del hombre y más le dignifica: el amor.

 

--¿Cómo puede una persona dependiente por un problema físico declararse y considerarse alguien independiente?

La libertad en la persona no depende ante todo de su autonomía física; pues, siendo esta autonomía un valor considerable, he perdido con la movilidad y la independencia física algo que es de orden secundario para la persona, que nos califica de animales, pero no de racionales. Es en la racionalidad donde reside nuestra nobleza y la razón de nuestra dignidad, muy por encima del resto de los seres de este mundo.

Afortunadamente, según parece, tengo la mente normal, por el momento. Con todo, no queda del todo respondida la pregunta. Es necesario que afirme que me considero independiente porque, por muy condicionado que esté en el orden físico, tengo toda la autonomía en el orden intelectual. Resumiendo: la capacidad de conocer y de querer, que es sólo del racional y origen y fundamento de su exclusiva nobleza.

La dependencia es en efecto un problema físico. Se refiere exclusivamente a ese ámbito de mi persona. No dependo, por tanto, en lo fundamental. La libertad, radica en la mente. Sé muy bien que tengo una gran dependencia, casi para todo lo que se ve. Comprendí que así sería en adelante, al poco de reaccionar tras el golpe, cuando estaba todavía en la clínica y faltaban aún varios meses hasta que me dieron de alta por primera vez. Pero también comprendí entonces que, con la cabeza donde siempre, seguía siendo el mismo y mantenía, como prueba de ello, la decisión de orientar mi vida hacia donde siempre, porque me daba la gana.

 

--¿Cree usted que las posturas radicales en la eutanasia aportan la esencia del debate o sólo provocan el enfrentamiento?

Me parece que es necesario un enfrentamiento radical de posturas en este asunto, ya que las diversas conclusiones que se aportan al hecho del dolor humano inevitable (verdadero tema de fondo en todo esto) tienen su origen en concepciones de hombre radicalmente distintas e irreconciliables. Por eso es lógico que para quien, por ejemplo, el hombre es un ser para el placer la eutanasia sea necesaria.

 

--¿De qué es, para usted sinónimo la eutanasia?

Lo que se suele entender hoy por eutanasia: inducir la muerte sin dolor a una persona, es una aberración, por cuanto supone sentirse capacitado para terminar con una vida humana. También supone en muchos casos adoptar la conducta más cómoda. Otras veces es simplemente lo más barato. En ocasiones oculta la incompetencia del médico. A veces la ignorancia del paciente. En todo caso, es una conclusión equivocada que niega decididamente la dignidad de la vida del hombre al considerarla una cosa manejable más, al alcance de nuestro dominio.

 

--Usted mantuvo cierto contacto con Ramón Sampedro. ¿Cree usted que cuando alguien quiere morir nuestro deber es convencerle para que haga lo contrario? ¿Por qué?

Efectivamente. De hecho es lo que solemos hacer, en general, cuando alguien está en el error: cuando quiere emborracharse, o drogarse, o si malgasta el dinero, etc. Dura tarea la que se presenta para quien trata de ayudar -convenciéndole- a otro con errores básicos y profundos en la conducta. Únicamente un verdadero interés por la persona estimula un día y otro, años incluso, a perseverar en el intento. Pensemos, por ejemplo, en la insistencia de tantos padres para que sus hijos perezosos trabajen como deben. Lo hacen, a pesar de lo tedioso que resulta, buscando lo mejor para el hijo, por mucho que éste se considere adulto (adulto decía ser Ramón Sampedro y, por eso, sin necesidad de consejos). Sin embargo, el padre de turno no tiene miedo a contristar ni a lo que su hijo piense de él. Sólo le preocupa, porque lo quiere de verdad, lo que es mejor para su hijo. Como es sabido, así fue la actitud de sus familiares con Ramón. Y parece lógico pensar que nadie le quiso en este mundo, especialmente en sus últimos años, como su padre y su hermano.

Mantuve contacto con Ramón Sampedro, pero nunca estuve frente a él, como me hubiera gustado. Tuve la oportunidad de estar en la puerta del caserío donde vivía en junio de 1997. Finalmente no pude verle. En aquel momento estaba solo en la casa, en una primera planta a la que se accede por una escalera imposible de superar con mi silla de ruedas. Desde la furgoneta, esperando, me hice cargo de la ayuda que necesitaba Ramón, del aislamiento al que inevitablemente estaba sometido, en aquel lugar apartado durante años. Llevaba allí casi treinta años. En medio del campo y, claro está, con todas las dificultades imaginables para rehabilitarse.

Aquel hombre, por el nivel de su lesión, C-7, siendo tetrapléjico, estaba físicamente mucho mejor que yo, a pesar de su importante discapacidad. Era de los tetrapléjicos más favorecidos por el bajo nivel de su lesión. Yo soy C-4. De haberlo intentado no sólo hubiera podido impulsar una silla de ruedas con sus propios brazos, sino incluso conducir un coche especial para casos como el suyo. En lugar de estar en la cama siempre, debería trabajar y ganarse la vida como hacen muchos que conozco y están peor que él. Pero se encontraba arrumbado en una cama sin más horizonte que ver pasar los días, sin nada que hacer ni nada que esperar salvo la muerte.

Tal vez porque los únicos que le ofrecían algo diferente le ofrecían eso. O quizá porque no ha querido complicarse la vida ni complicársela a los demás y se ha resistido a salir de aquella habitación. Posiblemente ambos factores tuvieron su parte de culpa en que deseara morir. Si los que se movían tanto para lograr impunemente su muerte hubieran intentado de modo parecido mostrarle de lo que es capaz en su estado..., pensaba. Si no fuera tan tozudo, pues, de seguro le han querido ayudar en más de una ocasión... Resultaba verdaderamente complicado y, sin embargo, el problema de Ramón Sampedro no se solucionaba matándolo. Si así fuera habría que eliminar igualmente a tantas mujeres y hombres que contando con los demás: con ayuda de su familia, de instituciones sociales de diversa índole, intentan solucionar los graves problemas que tienen.

 

--Leí en una entrevista que le hicieron en enero de 1998 que usted decía que sentía "admiración y extrañeza" por Ramón Sampedro, ¿podría explicar esos sentimientos?

Sí. Fue una mezcla de sentimientos presente en mí, sobre todo, hasta que estuve en Porto do Son. Desde entonces la extrañeza se fue despejando. Entendí mejor a Ramón, aunque en modo alguno compartiera su modo de solucionar el problema. Me quedé sobre todo desde entonces con la admiración a un hombre fuerte que había sido capaz de aguantar casi treinta años sin levantarse de la cama. A parte de los errores de fondo que pudiera tener en su modo de ver las cosas, Ramón había dado suficientes pruebas de fortaleza y por eso lo admiraba.

La extrañeza, como ya he dicho, se debía a no entender que quisiera morir, que no quisiera salir de la cama, que no lograra interesarse por hacer algo positivo. Así pensaba al saber que si tenía la cabeza en su sitio podría comportarse con bastante normalidad apoyándose en los recursos técnicos existentes. Era la ilusión que tenía para mí, según fui normalizándome de diversas complicaciones que son habituales en la primera temporada de lesión medular. Naturalmente Ramón hacía mucho tiempo que había superado con éxito esa fase. Luego, cuando supe su nivel de lesión mi perplejidad aumentó. También había descubierto lo que otros tetrapléjicos hacen en condiciones como la que él tenía y aún peores, y yo mismo me adaptaba a la nueva situación: comenzaba a trabajar de nuevo y mi cabeza no dejaba de idear otros objetivos. ¿Por qué Ramón, hombre inteligente como demostraban sus declaraciones, con una lesión que ya la querrían muchos tetrapléjicos, sólo pensaba en morirse?

Por supuesto que pensaría en muchas más cosas, pero cada vez que leíamos algo de él en los periódicos siempre era lo mismo. Y siempre, junto a su nombre, se mencionaba el de la asociación que le ayudaba a conseguir su propósito. Mi extrañeza aumentó. ¿No sería más coherente ayudarle a dar cauce a su espíritu poético, a su facilidad de escritura y a su ingenio, que lo tenía como tuve ocasión de comprobar? ¿No podría aprovecharse su experiencia de tantos años de lesión, que nos serviría muy bien a muchos?

 

--¿Qué es para usted el respeto de la libertad individual?

Me parece que entiendo por libertad lo mismo que todo el mundo. También me parece que, como todo el mundo, comprendo que uno es libre hasta cierto punto, pues, en la práctica no podemos hacer cuanto se nos ocurre, por ejemplo, volar como las mariposas; incluso, entre las cosas que podemos hacer siendo libres, algunas no debemos hacerlas porque se oponen a la dignidad humana; suelen enumerarse en el Código Penal, porque así se defiende a la persona de los delitos, que no son sino algunos excesos en el ejercicio de la libertad.

A propósito de la eutanasia, si se parte del concepto de dignidad humana antes expresado, hay que decir que consiste en un exceso en el ejercicio de la libertad porque va contra su dignidad. Proponiéndose como fin acabar con la vida, se opone más agresivamente a la dignidad que cualquier otro ataque que pueda sufrir la persona. Quien consiente en su propia eutanasia, pretende otorgar a otro un derecho que no tiene: el de acabar con su vida. Hay quien piensa que, precisamente ese derecho, el supuesto derecho a acabar con la propia vida, es el supremo ejercicio de la libertad. A nada tendría uno tanto derecho, porque es su vida, como a matarse. Incluso que con ese acto, con esa decisión, se manifiesta muy singularmente la gran dignidad del hombre: que es tan señor, que no sólo determina con todo derecho los caminos que serían válidos para la vida, sino, ante todo, si vivir o no. El propio hombre: verdadero señor de la vida y la muerte.

Así es el ideal para algunos que, lo mismo que producen la vida humana fácilmente en el laboratorio cuando interesa, la suprimen cuando no interesa. Ciertamente supone un acto supremo de dominio. Es controlar la existencia de una realidad -la vida humana- que transciende las capacidades de hacer y conocer humanas, aunque su misterio nos resulte tan próximo. Es la eutanasia una arrogancia vital sin medida. Su error profundo se demuestra en que, cuanto más arrogante se muestra, más y más trivializa la misma vida. La eutanasia cambia nuestra dignidad inapelable por un interés meramente práctico. Nos convierte en cosas.

 

--¿Hasta qué punto la fe puede ayudar a los que se encuentran en una situación irreversible o padecen una enfermedad crónica? ¿Qué solución daría usted a los que no creen en Dios?

La fe, si es sólida, si es la fe de la Iglesia, infunde confianza, seguridad de que nada en la enfermedad resultará insufrible. Dios es, en su infinitud, un misterio para el hombre, pero para el cristiano es un Padre. Un Padre que ama a sus hijos como Él sabe, aunque en ciertas circunstancias no sepamos comprenderlo. La inmensidad de Dios condiciona que no podamos encerrarlo en nuestra inteligencia, de suyo limitada. Por esto precisamente asentimos a Dios con fe: creemos en Él; y, concretamente, creemos que es Padre y nos quiere. Por eso un cristiano que fuera partidario de la eutanasia, por compasión hacia un enfermo o hacia sí mismo, demostraría poca coherencia, o tendría que recordar, para ser consecuente con su fe, una de las afirmaciones básicas de su religión: que Dios es el Padre Nuestro que está en los cielos.

¿Y a los que no tienen fe? Con todo respeto les diría que lo siento; que no me parece razonable no creer y que, de hecho, aunque no se den cuanta de ordinario, creen más de lo que piensan, pues, los hombres necesariamente nos creemos los unos a los otros, puesto que es imprescindible para la vida. En todo caso me remito a las anteriores respuestas, en las que para nada he argumentado con la fe. Les pediría que me creyeran: esto no es insoportable, según mi experiencia; aunque sea cierto que con Dios, además de soportable, es una ocasión, como tantas otras en la vida, para ser feliz. Es necesario en todo caso -y por ahí abría que empezar-, apartarse de lo negativo que tiene una situación de este estilo. Les animaría considerar lo que aún pueden hacer de bueno a pesar de todo. Seguramente ocuparse en lo positivo les apartará de la consideración reiterativa y deprimente de su desgracia.

 

--¿En qué aspectos cree usted que se engaña al enfermo o al deprimido cuando se le plantea la eutanasia?

Eso dependerá de cada caso. Se le puede asegurar, por ejemplo, que el dolor será insoportable e inútil; cuando la verdad es que la medicina, si es correcta, puede y debe calmarlo: es propio de una medicina desarrollada el oportuno manejo de las medidas terapéuticas, que son cada vez más eficaces, para suprimir el dolor o la angustia, manteniendo la lucidez.

Una buena práctica médica consiste en ayudar a morir bien, aunque sin inducir directamente la muerte a los pacientes abocados a esos momentos finales; que, siendo los conclusivos de toda una vida son de gran relevancia para cada uno; y todos tenemos, no sólo el derecho sino también la obligación de vivir con la máxima responsabilidad. Para atender correctamente a estos enfermos, van proliferando centros de medicina paliativa, especializados en el tratamiento de los procesos incurables.

Es admirable la tarea de los que atienden a esos enfermos, colaborando para que puedan vivir lo más dignamente posible como personas en esas circunstancias irrepetibles. Anular, en cambio, su responsabilidad artificialmente; adelantar el momento de la muerte; no informarle de las consecuencias previstas de la medicación que se les da..., son conductas contrarias al trato que merece la dignidad humana, además de un engaño.

 

--En Australia la eutanasia estuvo despenalizada durante unos meses, y se practicaron cuatro eutanasias. ¿Cree usted que el número es elevado?

Durante los meses en los que la eutanasia estuvo despenalizada en "Territorio del Norte" (Australia) se produjeron unas pocas eutanasias notorias amparadas por la ley. No podemos saber cuántas se produjeron por la omisión de los cuidados necesarios y no desproporcionados de mantenimiento, ni cuántas en las que se indujo la muerte intencionadamente aunque de forma más discreta.

Considero que la eutanasia afecta también muy directamente a los que no se encuentran, por el momento, entre los candidatos a padecer la práctica. Por eso poco importa, o tiene una importancia sólo relativa, si han sido pocos o muchos los casos de muerte legalmente producidos por eutanasia; lo decisivo es que se ha legalizado. El hecho de la legalización es el verdadero peligro, por el concepto de hombre que presupone, y por la idea de la dignidad humana que tienen los partidarios de la práctica: un hombre y una dignidad del todo materializados.

 

--¿Cuáles son los derechos de una persona física o psíquicamente enferma?

Pienso que a una persona no le cambian los derechos ni los deberes por estar enferma. Para opinar de casos concretos, habrá que atenerse al tipo de enfermedad o limitación, sobre todo si es psíquica. Si la situación del enfermo no le permite manifestarse, es su familia quien procurará que se haga según su legítima voluntad. La limitación meramente física puede ser, en todo caso, fácilmente suplida, como es sabido, a través de otras personas a las que el interesado concede el oportuno poder. Así, hay personas que tienen poder para actuar en mi nombre, con las condiciones que previamente se han establecido para cada caso.

 

Conceptos

Testimonios

Los médicos

Gente diversa

Correo

La Filosofía

El Derecho

Con la Iglesia

New

Principal