¿QUÉ HACEMOS CON PAPÁ?

(o el drama de la eutanasia)

Personajes del drama:

Antonio: es un anciano de 80 años. Yace moribundo en un hospital. Los analgésicos han conseguido reducirle los dolores de su enfermedad. Los médicos le prestan los auxilios normales para los enfermos que se encuentran en su situación. Prevén que puede morir dentro de una semana... o de dos meses.

Ana: su mujer.

Eduardo: el hijo mayor. Abogado de profesión.

Isabel: segunda hija.

Begoña: tercera hija.

Daniel: hijo menor. Unos veinte años.

La acción se desarrolla en un país en el que está legalizada la eutanasia.

Tomás Trigo Pofesor de Ética. Universidad de Navarra

 

        Escena primera

Sala de estar de la casa de Antonio y Ana. Puerta entreabierta en el foro. Los cuatro hijos en escena. Es de noche. Acaban de estar con su padre en el hospital.

        Eduardo: Bueno, creo que tenemos que plantearnos seriamente qué hacemos con papá.

        Isabel: Tienes razón. A mí me da muchísima pena verlo así. Apenas puede hablar. Y los dolores, a veces, son bastante fuertes... Es una situación absurda.

        Eduardo: Es casi un vegetal.

        Isabel: Si todavía fuese un vegetal... Pero siente el dolor. Debe ser duro estar en su lugar. Y lo bueno es que podemos ahorrarle ese sufrimiento...

        Begoña: Supongo que no estaréis pensando...

        Eduardo: En la eutanasia... Sí, ¿por qué no decirlo? A mí me parece la mejor solución.

        Begoña: ¡Ni hablar!

        Daniel: (dirigiéndose a Begoña) “¡Ni hablar! ¡Ni hablar!” ¿Qué pasa? ¿No nos está  permitido hablar del tema? A mí me parece lógico que discutamos el asunto. Al fin y al cabo, estamos pensando en el bien de nuestro pobre padre.

        Isabel: Por supuesto. Se trata de su bien. Estar como está él es muy lastimoso. A mí me da mucha pena, me da lástima, no soporto verlo así... Creo que le haríamos un gran bien ayudándole a morir dignamente. Claro que, por otra parte, es una decisión difícil...

        Begoña: Ayudarle a morir dignamente... Hablemos claro: se trata de si debemos matar a nuestro padre. Eso sí, por compasión... Un tierno sentimiento que justifica un crimen.

        Isabel: (Escandalizada) ¡Pero, ¿qué dices?!

        Eduardo: No seas bruta, Begoña. No consiento que digas eso. Nadie está pensando en matar. ¿O es que somos una panda de asesinos? Somos personas normales. Todos tenemos nuestra carrera universitaria y un trabajo digno en la sociedad. A veces hablas sin pensar, y no te das cuenta de que puedes herir a los demás. Estamos hablando de ayudar a morir a nuestro padre y de evitar que sufra innecesariamente.

        Begoña: Eso es lo curioso. ¿Cómo es que unas personas tan cultas, con estudios universitarios, pueden ser tan ciegas para no ver que eso es una  barbaridad? Nosotros no somos dueños de su vida para decidir, como si fuésemos Dios, si se la quitamos o se la dejamos.

        Daniel: ¡Mira ésta! Pues claro que no somos dueños de su vida, tía. El dueño es él. Se trataría de preguntarle a él qué le parece. Si él quiere, no veo ningún problema para hacerlo.

        Eduardo: Por supuesto. Tendríamos que hablar con él y preguntarle.

        Begoña: ¡Vaya panorama a la hora de la muerte! Es para morirse del susto y de pena: ¡Tus hijos preguntándote si te parece bien que te quitemos la vida, papá, porque, ¿sabes?, papá, en el fondo nos molestas!

        Isabel: (Irritada) No, papá no nos molesta. No se trata de eso. Se trata de que no sufra. Se trata de eliminar sus molestias. Si tú estuvieras en su lugar, no sé que harías. Es muy fácil hablar cuando uno está perfectamente sano, pero cuando estás sufriendo y no sabes cuánto tiempo te queda porque puedes pasar así días y días... Dime, ¿de qué le sirve a papá estar así? No tiene ningún sentido estar sufriendo para nada.

        Eduardo: (Conciliador) Lo que pasa es que Begoña -lo sabemos todos muy bien, y lo comprendemos-, tiene ciertos prejuicios religiosos. No, no te molestes, Begoña. Yo también los tuve y sé lo que es eso. Pero, en fin, ahora me he liberado de esas cosas y veo la vida de modo más objetivo. Tú has seguido con tus prácticas religiosas y con las ideas que te inculcaron en el colegio de monjas. Y por eso te parece que la eutanasia es un pecado mortal contra el quinto mandamiento, etc., etc. Amén.

        Daniel: Pero no tiene ningún derecho a imponernos sus creencias a los demás.

        Begoña: Tus creencias... Habláis de mis creencias como si fueran prejuicios o supersticiones. Yo no rechazo la eutanasia basada en creencias ni en prejuicios, ni mucho menos en supersticiones. Es una cuestión elemental de justicia. No tenemos ningún derecho a suprimir la vida de nuestro padre. Tampoco se trata de alargarle la vida poniendo todo tipo de medios. Lo que tenemos que hacer es poner los medios médicos normales, tratar de reducirle sus sufrimientos, y acompañarle todo lo que podamos para que vea el cariño que le tenemos. 

        Isabel: Aunque le den calmantes para el dolor, siempre sufrirá al verse así, inútil, sin poder hacer nada. Y a mí me parece que eso es injusto. Dejar que siga sufriendo inútilmente es injusto.

        Eduardo: Mira, Begoña, lo justo y lo injusto lo dicen los códigos de derecho. Y como sabes, desde hace dos años, es perfectamente justo en este país recurrir a la eutanasia en ciertas condiciones...

        Begoña: Puede ser legal, pero no es justo.

        Daniel: Ya empezamos con distinciones escolásticas...

        Eduardo: Begoña, se trata de una ley democrática. Ha habido un referendum, y la mayoría ha votado que sí a la eutanasia.

        Begoña: No deja de ser una injusticia aunque todo el mundo vote a favor. La justicia en este asunto no depende del número de votos.

        Daniel: (Se levanta y habla gesticulando y haciendo aspavientos) La justicia es lo que piensas tú, ¿no? Los demás estamos equivocados, somos unos pecadores desgraciados, estamos hundidos en las tinieblas del error. Pero ahora vienes tú, y nos enseñas a todos la verdad que permanecía oculta a nuestros ojos... Vives en las nubes, hermana. Y además eres bastante fanática. Te encierras en tus ideas y no hay quién te saque de ahí. Y lo peor es que quieres que todos pasemos por el mismo aro. Bien, pues piensa lo que quieras, pero los demás también tenemos derecho a pensar como nos dé la gana.

        Isabel: Eres poco humilde, Begoña. Los demás siempre estamos equivocados. Eres tú la que siempre tiene razón. Deberías desconfiar un poco más de tus propias convicciones...

        Eduardo: Mira, Begoña, piensa un poco. ¿No te parece que es una injusticia dejar así a nuestro padre, con esos dolores, sólo porque no estás dispuesta a ceder en tus ideas, o por no querer que la conciencia te remuerda?

        Isabel: Eso sí que me parece egoísmo...

        Begoña: Me parece muy interesante vuestro planteamiento. Yo defiendo la vida de mi padre porque soy mala, orgullosa, dictatorial, fanática, religiosa y egoísta. Vosotros, en cambio, queréis matarlo porque sois buenos, humildes, cariñosos y, además, democráticos.

        Daniel: (Dándola por imposible) Bueno, yo creo que está claro. Somos tres contra uno. Propongo que uno de nosotros -tal vez tú, Eduardo, que eres el mayor- le pregunte a papá si quiere que le ayudemos a morir de un modo digno y no como un perro.

        Isabel: Bueno, falta mamá. Habría que contar con ella.

        Daniel: Mamá, ya sabemos lo que va a decir. Dirá que no, como Begoña. Son de la misma cuerda. Pero aun así, somos mayoría.

        Eduardo: Sí, será mejor no decirle nada. No es necesario que se entere. Ya sabéis que es una mujer muy chapada a la antigua y es capaz de poner el grito en el cielo.

        Begoña: Mamá debe enterarse de vuestro propósito. Se trata de su marido.

        Daniel: ¡Ya estamos! ¡Eres insoportable! ¿Por qué no nos dejas en paz? Estás empeñada en salirte con la tuya. (Amenazante) Bien, pues si te sales con la tuya, te advierto que serás tú la que va a estar día y noche con él hasta que se muera. Porque yo no pienso fastidiarme el verano quedándome aquí, ¿me oyes?

        Begoña: ¡Ah! Se trata del verano...

        Daniel: Sí, se trata del verano. Yo soy sincero y digo lo que siento. No pienso fastidiarme el verano por culpa del viejo.

        Begoña: Bien, pues por eso no te preocupes. Yo puedo encargarme de cuidarlo.

        Isabel: Claro, ¡la santa de la casa! Nosotros somos los hijos egoístas que queremos ver muerto a nuestro padre cuanto antes para poder disfrutar de la playa. ¡A veces resultas odiosa! Yo también estoy dispuesta a turnarme para atenderlo. Si Daniel se quiere ir, que se vaya. Es joven y tiene que divertirse. Lo que quiero decir es que nuestra intención no es quitarnos un peso de encima. Nuestra intención es evitar que nuestro pobre padre sufra más.

        Begoña: Tu intención es muy buena, Isabel, pero eso no justifica darle muerte.

        Isabel: Si la intención es buena, ¿qué importa la manera de conseguirlo?

        Begoña: Importa mucho. Nunca se puede hacer un mal para conseguir un bien.

        Eduardo: La manera de conseguirlo es perfectamente legal.

        Begoña: Hace cinco años no lo era.

        Eduardo: Claro, pero los tiempos cambian, y la moral también cambia. No puedes quedarte anquilosada en las ideas de hace años. Tienes que estar con los tiempos.

        Begoña: Matar a una persona inocente será siempre inmoral, ahora y dentro de mil años.

 (Suena el teléfono. Eduardo se levanta y coge el auricular)

        Eduardo: Sí, sí, es aquí. (Aparte, a sus hermanos: Es una enfermera del hospital). Sí, dígame. Soy el hijo mayor de Antonio. Sí, ¿un sobre, ha dicho? Bien, gracias, muchas gracias. (Cuelga) Dice que papá le ha dicho que nos llamara. Hay un sobre en el cajón de su mesa y quiere que lo abramos.

        Isabel: ¿Un sobre? ¡Qué cosa más rara!

(Eduardo se dirige a la mesa de despacho que está en un extremo de la sala de estar. Abre el cajón y saca un sobre)

        Eduardo: Está a mi nombre.

        Daniel: Pues ábrelo.

        Eduardo: (Abre el sobre y extrae un papel. Lo lee en silencio). Creo que todo el problema está resuelto. Es una petición formal dirigida a su mujer y a sus hijos para que le apliquemos la eutanasia.

        Daniel: Bueno, se acabó el rollo.

        Begoña: No se acabó el rollo. Ese papel no nos da derecho a matarle.

        Isabel: Hija, por favor. Sigues hablando como si estuviésemos tramando un asesinato. En todo caso sería un suicidio justificado, dada la situación en la que se encuentra. Es él el que quiere morir. Se trata de su última voluntad.

        Begoña: Pues no podemos ayudarle a suicidarse. Yo hablaré con él y trataré de explicarle el sentido que tienen sus sufrimientos, y estoy segura de que aceptará su situación y morirá en paz cuando Dios quiera.

        Eduardo: Begoña, él está en su derecho. Es su vida, no la tuya. Es dueño de hacer con su vida lo que le parezca. Este papel lo escribió libremente y estando en plenitud de facultades. Es su voluntad claramente expresada. ¿Quiénes somos nosotros para oponernos a su voluntad?

        Begoña: Si uno de vosotros intentara suicidarse, los demás se lo impediríamos, aunque fuese utilizando la fuerza....

        Daniel: (Ironizando) ¡La heroína católica, Begoña de Arco, salva a su hermano de un intento de suicidio! Su hermano Daniel, un joven angustiado por la vida, se tiró al río. Ella, en un alarde de audacia y valor, se tiró detrás. Él quería ahogarse. Pero ella se lo impidió, para lo cual, entre los aplausos de los asistentes, le arreó un fuerte puñetazo que le hizo perder el sentido...

        Eduardo: ¡Basta, Daniel! Esto no es una broma.

 

        Escena segunda

Entra Ana, la esposa de Antonio y madre de los cuatro, que ha escuchado su conversación detrás de la puerta. Trae una carta en la mano.

        Ana: (Sonriendo cándidamente, como si no hubiese escuchado la conversación de sus hijos). ¡Ah, perdonad que os interrumpa...! Es que ahora que estáis aquí los cuatro creo que puede ser el momento para leeros esto.

        Eduardo: ¿De qué se trata, mamá?

        Ana: No sé si os acordáis de vuestro tío Carlos, el que está en los Estados Unidos...

        Eduardo: Sí, claro, ¿cómo no nos vamos a acordar?

        Ana: El pobre está muy mal. Los médicos le dan tres meses de vida. Tiene un cáncer incurable. Me lo cuenta todo en esta carta, que recibí hace una semana. Entre otras cosas me dice que deja toda su herencia a vuestro padre. Debe ser una gran fortuna... Como sabéis, el pobre no ha tenido hijos, y su mujer murió hace años. Es una gran suerte para vosotros, hijos míos, porque de vuestro padre pasará a vosotros, claro. Lo único que me advierte es (¡qué tontería!) que vuestro padre heredará si le sobrevive. ¿Comprendéis, hijos? (Como si lo estuviese explicando a unos niños pequeños) Si le sobrevive. Es decir, si cuando muera vuestro tío Carlos, vuestro padre todavía está vivo. En caso contrario, deja toda su herencia para causas benéficas. Esperemos que vuestro tío muera antes que vuestro padre, porque si no me parece que os quedaréis sin nada...

        Daniel: Eso sí que es una buena noticia...

        Ana: Sí, pero a mí me surge una pequeña duda, queridos. Más bien diría que estoy en un dilema agobiante. Por una parte deseo que vuestro padre tarde en morir, para que vosotros heredéis esa fortuna. Pero, por otra, me da mucha pena su situación tan lastimosa, sus sufrimientos... Y no sé si sería preferible pedir a los médicos que acaben con ellos... Es decir, se trataría de proporcionarle una muerte digna, una muerte feliz... En fin, que estoy en un mar de dudas y no sé qué hacer. Por eso, querría que me dieseis vuestra opinión. ¿Tú qué opinas, Isabel, hija?

        Isabel: (Perpleja y nerviosa) No sé, la verdad. Es una situación tan rara... que no sé qué decir.

        Ana: ¿No te da pena tu padre?

        Isabel: Sí, mucha pena.

        Ana: Entonces tú opinas que es mejor...

        Isabel: Bueno, no sé...

        Ana: Tú también estás tan perpleja como yo, por lo que veo. ¿Y tú, Eduardo, qué piensas tú?

        Eduardo: (Igualmente perplejo) No sé, mamá... Esto me coge por sorpresa...

        Ana: Sí, realmente esto de las leyes es una cosa muy complicada. ¿Por qué no puede heredar un muerto? Es una pena... Y tú, Daniel, ¿tú que piensas? O tal vez será mejor que no me lo digas, porque eres tan sincero que me vas a decir con toda claridad lo que sientes, no lo que debo hacer. En fin, veo que no me aclaráis mis dudas. De todas formas, si se os ocurre una solución, me llamáis, ¿eh, queridos? Buenas noches y hasta mañana.

(Hace mutis por el foro, sin dejar su cándida sonrisa, mientras cae -demasiado lentamente para algunos- el telón).

 

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