La normalidad se veía venir
Más vale pensar en lo que aún se tiene
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"La verdad es que soy un caso", reconoce en su primera frase. Y lo
es. Luis Moya, sacerdote de 42 años, era profesor en la Escuela
de Arquitectura de la Universidad de Navarra desde 1983. Pero en 1991,
su vida dio un cambio radical. Un cambio que podría haber sido
todavía mayor, si no se hubiera sobrepuesto al impedimento físico
que se abalanzó sobre él. Hace cuatro años, un
accidente de tráfico le dejaba tetrapléjico: perdía
la capacidad de mover sus piernas, sus brazos, su cuerpo.
En su circunstancia, algunos desean la muerte y otros se hunden en
la autocompasión, en la desesperanza: dan por acabada su vida.
No así Luis Moya. Un buen día volvió a subirse
a la tarima de un aula universitaria y decidió que le quedaba
mucho por vivir. Mucho por enseñar a sus alumnos.
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Han sido cuatro años en los que no ha dejado de hacer cosas.
"En los dos primeros meses, bastante hacía con ir sobreviviendo
a duras penas. A las pocas semanas recuperé mi actividad sacerdotal
y empecé a concelebrar: no puedo utilizar las manos, así
que necesito siempre a alguien. Luego empecé a confesar, a predicar,
a dar charlas. Comprobé que lo fundamental podría seguir
haciéndolo, a pesar de estar tetrapléjico. Para ejercer
como cura no hace falta correr ni tener un especial dinamismo físico,
sino mantener la cabeza clara", afirma Luis Moya.
Impresiona la aceptación y la forma de ver la vida desde su
particular situación. "Hay que partir siempre de quién
es uno, cómo es uno y qué es lo que ha perdido. Ser persona,
hijo de Dios, cristiano y sacerdote y miembro del Opus Dei, esos son
mis valores. Todo lo demás son adornos. Yo soy lo más
grande que hay en este mundo, junto con otros millones de personas.
Soy un multimillonario al que se le han perdido 1.000 pesetas".
La decisión de volver a clase la tenía tomada desde el
principio y en ningún momento le supuso un problema. "Reconozco
que soy un caso bastante insólito, y visto desde fuera quizá
pueda parecer una temeridad", afirma el padre Moya. "Cuando volví
por primera vez a las aulas, me dio la impresión de que no había
cambiado nada. Tenía la sensación de que estaba dirigiéndome
a los alumnos como si el día anterior hubiese interrumpido la
clase o hubiese vuelto de unas vacaciones".
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Lo importante... no lo he perdido
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Habla con alegría de la forma que se comportan con él
sus alumnos y se siente agradecido porque le tratan como a cualquier
otro profesor.
Este profesor de Ética, que es consciente de la cantidad de
gente que le quiere, no se siente modelo de nada, "en todo caso de sentido
común".
Está convencido el padre Moya que "lo importante es lo que viene.
Si pienso en lo que he perdido, en lo que podría hacer si no
estuviera así, me pasaría el día llorando y no
me da la gana".
--Hablando con usted parece que está sano como una pera. ¿Lo
está?
--No. Bueno, de cuello para arriba sí. Lo que me parece demencial
es dar importancia sólo a lo que tenemos en común con
los animales.
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