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Para Luis Moya, «lo
que arrastra, atrae, entusiasma, lo que da ganas de vivir es
notar el cariño de los demas. No me cabe en la cabeza
que una persona quiera morirse si se siente querida».
Este sacerdote y médico de 40 años lleva
cuatro en una silla de ruedas por un accidente de trafico.
Ha sido mucho el tiempo para luchar y mantener su ritmo de
vida y sus proyectos. Tengo ganas de vivir porque veo que a
los demás les intereso.
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Desde la limitación también se
puede ayudar
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«Yo también puedo
transmitir a otros lo que llevo dentro porque soy
útil. También puedo querer, animar y alegrarme
por otros, y eso me da ganas de seguir luchando. ¿A
quién no le empuja a seguir trabajando el ver que lo
que hace gusta, que es interesante o se aprecia?». A
Luis Moya le gustaría que este mensaje de esperanza y
optimismo llegara a los oídos de Ramón
Sampedro, que estos días espera el veredicto sobre su
petición de eutanasia. Moya ha intentado repetidas
veces ponerse en contacto con él desde el verano
pasado, cuando conoció su caso, pero ha chocado con
el recelo de los que rodean a Ramón.
Conciencia de
estar vivo
Este hombre lleva más de
tres años sobre una silla ruedas a causa de su
tetraplejia. Para él, mover el cuello es la vida.
Prueba de ello es que «yo prácticamente no me
muevo y estoy vivo. Y tengo una conciencia de estar vivo
tremenda.
Este sacerdote y médico de
40 años no ha dejado sitio a la desesperanza. Ha
luchado por recuperar parte de sus actividades anteriores y
hace planes para el futuro, como volver a dar clase de
Teología en la Escuela de Arquitectura o escribir
algún libro.
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La técnica al servicio del
discapacitado
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Luis Moya maneja con la boca su
silla de ruedas con gran maestría. Con ella hizo una
admirable demostración para entrar en la
pequeña salita donde nos recibió, en el
Colegio Mayor Aralar de Pamplona. También utiliza la
boca para trabajar con el ordenador.
Confía en los avances
científicos. «Hoy en dia hay aviones enteros que
son capaces de dirigir la trayectoria de los misiles con la
mirada de los ojos. Es cuestión de cierto
interés y de tener gente que se preocupe un poco por
uno y que pongan las manos y los pies que a mí me
faltan».
--¿Cree usted que si algunos
tetrapléjicos tuvieran sus posibilidades seguirian
queriendo morir?
--Estoy convencido de que no. Lo
que sí tengo claro es que lo que arrastra, atrae,
entusiasma, lo que da ganas de vivir es notar el
cariño de los demás. No me cabe en la cabeza
que una persona quiera morirse si se siente querido. Una
persona tetrapléjica, si tiene la cabeza en su sitio,
es como los demás. Todo el mundo quiere amor.
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Por un golpe tonto
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Hace cuatro años, cuando
regresaba a Pamplona después de haber visitado a sus
padres en Ciudad Real y de haber comido con su hermano en
Madrid, se durmió al volante a la altura de Tudela.
No recuerda nada de su accidente, pero sí le contaron
que se llevó por delante la valla de seguridad de la
autopista y tres almendros. Una interrupción medular
a partir del nivel C-4, causada por la rotura de dos
vértebras, le ha paralizado del cuello para abajo.
También sufrió un edema cerebral y su
respiración se vio afectada hasta el punto de que
hubo que practicarle una traqueotomía. Ahora respira
autónomamente, aunque con algunas deficiencias, que
le hicieron visitar de nuevo la UCI el año pasado, en
estado muy grave.
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Con optimismo todo es más
fácil
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Volver a las
aulas
Sonríe, sonrie casi siempre,
y despide una sensación de serenidad -a pesar de su
habla animada-, al reconocer que está en nú
meros rojos. Su vida apenas ha cambiado en lo esencial. Se
levanta a las siete, concelebra la misa -lo hacía
incluso cuando estaba ingresado-, acude a confesar todas las
mañanas, lee, da algunas charlas. Los sábados
y domingos que hace buen tiempo va al campo para liberarse
de las tensiones diarias y practicar su gran afición,
la micología. Es un estusiasta de las setas.
Para el mes de marzo confía
volver a las aulas. «Pensar que uno debe dejar una
actividad en el siglo XX, con todos los adelantos que hay,
porque no pueda caminar... No es motivo. Tendremos que
solucionar algunas cosas mecánicas: si el aula
está arriba y hay que subir un montón de
escalones, a lo mejor los alumnos pueden bajar, u
organizarse un ascensor».
Luis Moya reconoce con algo de
picardía que se lo pasa bien asombrando a algunos.
Recuerda la última vez que fue a votar: «Mi mesa
electoral estaba en el segundo piso de una "ikastola" y
había una rampa fenomenal, larguísima. Sobre
todo a la bajada, cogí una velocidad con la
silla...!».
--En su situación, ¿no
cree que «juega con ventaja» por ser
sacerdote?.
--Si a mí me sirve el ser
espiritual para entender esta situación, el tener fe
para seguir con ganas de vivir, a mí lo que me dice
es que la fe funciona. Pero la fe no es una «comida de
coco». Si fuera eso o algo falso e inconsistente no me
lo solucionaría».
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