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TRIBUNA:
Eutanasia: eliminar las razones
Jesús Damián
Muñoz. DIARIO
MEDICO, MARTES 3.II.98
Miembro de la Asociación
Española de Bioética- Madrid
Con motivo del debate surgido
tras la muerte de Ramón Sampedro, el tetrapléjico
gallego que había solicitado la eutanasia, el autor entiende
que la sociedad debe poner todos los medios para que estos enfermos
se sientan personas y encuentren motivos para seguir viviendo.
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No supo
enconrar el sentido a su sufrimiento
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El pasado mes de septiembre se celebró
en Londres el V Congreso de la Asociación Europea de Cuidados
Paliativos. En una de las sesiones plenarias, el doctor Sam Ahmedzai
proyectó consecutivamente dos diapositivas que difícilmente
se me olvidarán. En la primera aparecía el rostro sonriente
y sereno de una persona; la siguiente recogía un primer plano
de su espalda, con un enorme tumor de partes blandas, de un aspecto
terrible. Resultaba verdaderamente sorprendente que aquella expresión
amable y serena correspondiera a alguien que padecía esa enfermedad.
Me ha venido ese recuerdo a la memoria al leer
lo que se está publicando estos días a raíz de
la muerte de Ramón Sampedro. Y he recordado también una
conocida frase del psiquiatra vienés Victor Frankl: El hombre
no se destruye por sufrir; el hombre se destruye por sufrir sin ningún
sentido. Lamentablemente, Ramón Sampedro no supo o no pudo encontrar
un sentido a su sufrimiento. Y quizá fue esto lo que le llevó
a decir en una larga entrevista que le hicieron en televisión
en febrero de 1995: Yo no soy un ser humano...
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Darle muerte
le hubiera confirmado en su error
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Ante un comentario de ese estilo todos debemos sentirnos profundamente
interpelados; pero no para darle la muerte que él solicitaba,
que hubiera sido como confirmarle: Efectivamente, no eres un ser humano
y por eso no nos importa eliminarte. Una sociedad que se llama civilizada
debe poner todos los medios para hacerle sentirse persona, para que
no se sienta humillado, para que se sienta querido y valorado, para
que no se sienta una carga y encuentre motivos para seguir viviendo.
En la mayoría de los casos, lo que humilla o hace sentirse digno
no es la propia enfermedad, sino la actitud de los que rodean y cuidan
al enfermo; con un gesto, con el modo de mirar o de tocar, con nuestra
actitud, reafirmamos al enfermo su identidad, le hacemos afirmarse en
su propia dignidad o le confirmamos que ya no es más que un objeto
desagradable y molesto. Por eso, más que empeñarse en
legalizar el acto de matar, hay que hacer un esfuerzo serio para eliminar
las razones que pueden llevar a algunos a llegar a pedir que se les
mate: es más difícil, pero ahí está el verdadero
progreso de la sociedad.
Así serán posibles reacciones como
la de unos enfermos en fase terminal que afirmaban haber descubierto
su propia dignidad en la mirada de cariño de las enfermeras que
los cuidaban. Algo similar hemos podido apreciar esos días en
las declaraciones a la prensa de algunos enfermos tetrapléjicos:
personas que llevan una situación objetivamente dura, con una
alegría y un espíritu de superación admirables.
Y es que, en frase de Nietzsche, "cuando un hombre tiene un porqué
vivir, soporta cualquier cómo".
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La calidad
de vida depende de la propia virtud
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Hoy día manejamos con frecuencia en medicina el término
calidad de vida. Pero sería un grave error pretender medir la
calidad de una persona por signos exteriores: por su apariencia externa,
por su vigor físico, etc. Podemos encontramos con alguien en
plenitud de facultades físicas que, sin embargo, sea inmaduro,
egoísta, de un trato insoportable... Y, en cambio, hay enfermos
que están en una silla de ruedas o en la cama de un hospital
y que rezuman serenidad, generosidad, alegría profunda, verdadera
madurez, fortaleza. Personas así suponen un tesoro inestimable
para la sociedad: son un estimulo para la solidaridad y, a la vez, ayudan
enormemente a los que les rodean, con su ejemplo de paciencia, de entereza
ante la adversidad. De una de estas personas alguien comentaba: Enriqueció
a cuantos la conocieron.
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La dignidad
no cambia ni por la enfermedad ni por la niseria
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Por indignas que sean las condiciones de la vida de una persona, en
cuanto a tal persona, tiene siempre la misma dignidad, por el mero hecho
de pertenecer a la especie humana. Un mendigo puede vivir en condiciones
materiales indignas y no por ello pierde su dignidad: y a nadie se le
ocurre que el mejor modo de ayudarle sea matarlo. Pensar en que la solución
para el enfermo incurable es provocarle la muerte equivaldría
a pensar que el mejor sistema de erradicar la pobreza seria matar a
los pobres...
Los peligros de su legalización
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Los más
débiles padecerán la eutanasia contra su voluntad
si se legaliza
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Además, ¿quién decidiría el limite del mínimo
de calidad de vida aceptable? La legalización de la eutanasia
tendría unas consecuencias sociales temibles. Nos arrastrará
a una especie de control de calidad de las personas, que sería
peligrosísimo, sobre todo para los más débiles
y desprotegidos. Son especialmente lúcidas, en este sentido,
las líneas que John Fleming, médico australiano y director
del Southern Cross Bioethics Institute (Adelaida), publicó en
el Daily Telegraph: ÒEl Estado no permite que nadie se venda voluntariamente
como esclavo porque eso iría en perjuicio de la capacidad del
Estado para proteger la libertad de los débiles y vulnerables,
que podrían ser arrastrados a la esclavitud contra su voluntad.
Lo mismo vale para el derecho a la vida. Si se permite a algunos renunciar
a su derecho a la vida (eutanasia voluntaria), a otros, en especial
los débiles y vulnerables, se les quitará la vida en contra
de su voluntadÓ. La experiencia muestra que ocurre así. En Holanda,
en el 65 por ciento de los casos, la eutanasia no es voluntaria. En
este sentido resulta ilustrativo el caso &endash;que recientemente salió
a la luz pública&endash; de un médico holandés
que aplicó la eutanasia involuntaria a una monja porque estaba
convencido de que las creencias religiosas de esa persona le impedía
pedir la eutanasia a pesar de sus dolores.
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Sería
el "remedio"de los médicos "cansados"
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"Los médicos, observa Leon R. Kass, profesor de la Universidad
de Chicago, se cansan de los pacientes que son difíciles de curar,
que resisten a sus mejores esfuerzos, que están en la cuesta
abajo. ¿No sería tentador pensar que la muerte es el mejor
tratamiento para la vieja señora de la vecina residencia de ancianos
que aparece otra vez en la sala de urgencias? Hasta el médico
más integro necesita protección contra sí mismo
y su debilidad, cuando tiene a su merced a los enfermos".
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Los médicos
perderían algo esencial: la confianza
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La práctica de la eutanasia destruye la base del acto médico,
que es la confianza médico-paciente. Cuando un médico
ocasiona deliberadamente la muerte a un enfermo "por piedad" da un paso
que tendrá unas consecuencias decisivas en su actitud hacia el
resto de sus pacientes. Al haber considerado la muerte como una opción
terapéutica más, ¿no se le pasará por la cabeza
aplicar el mismo tratamiento a ese otro enfermo que presenta una patología
similar? (seguro que si esta persona pudiera hablar o se atreviera,
me pediría también la eutanasia...). Y a nadie extrañará
que ese médico, más que confianza, empiece a inspirar
terror a sus pacientes.
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