El médico no está para matar
El «ensañamiento terapéutico»,
sinónimo de mala praxis médica
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Lo fácil es destruir
María GUDíN, especialista en neurología,
ABC, 10.II.98
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La muerte es un tema que la sociedad plantea en muy distintos términos
desde hace pocos años. Durante siglos, en la clase médica
se aceptaba tácitamente que el médico debía respetar
la vida y aliviar el sufrimiento. El juramento hipocrático sostenía
que el médico no podía administrar ningún tratamiento
con fines homicidas.
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Los avances de la ciencia han originado una serie de cuestiones nuevas.
El SIDA, con su aureola de enfermedad mortal e incurable, es uno de
los campos de debate. El enfermo de SIDA se encuentra gravemente amenazado
en su integridad física, y rechazado en muchos casos por la sociedad.
Por otro lado, los tratamientos oncológicos han permitido una
supervivencia en muchos tipos de cáncer que hace unos años
era impensable, pero a costa de un sufrimiento humano innegable. Quizá
son estos tratamientos tan agresivos los que han conducido a lo que
se ha llamado el «ensañamiento terapéutico».
El ensañamiento terapéutico, sinónimo de mala praxis
médica, se ha producido en ocasiones en determinados tratamientos
y posturas excesivamente investigadoras.
Recuerdo cuando estaba realizando mis primeros años en la especialidad,
que otro compañero joven de Oncologia, me dijo algo similar a
lo siguiente: «Para un oncólogo, es una deshonra que un
enfermo se muera de un tumor. O el enfermo se cura o se muere de las
complicaciones del tratamiento». Posturas de este estilo en las
que los pacientes son considerados como meras enfermedades, tratamientos
agresivos indiscriminados, han hecho que una parte de la sociedad busque
una salida para situaciones vitales desesperadas.
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A veces la medicina no puede curar pero sí aliviar
o, al menos, consolar
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Quizá se ha perdido un poco un concepto que en la medicina tradicional
era clave, el concepto de «desahucio»; hay personas en las
que en un momento dado la medicina no puede aportarles soluciones curativas,
pero sí puede aliviarles determinados síntomas mejorando
su calidad de vida, son los enfermos «desahuciados». Hay un
aforismo clásico en Medicina: el médico puede curar algunas
veces, aliviar otras, y consolar siempre. El papel de consuelo y alivio
ha sido algo clave en Medicina, y parte de su razón de ser. Una
medicina excesivamente tecnificada, pierde de vista que el fin de la
medicina no es solamente el éxito investigador y la curación
de las enfermedades. El médico es responsable de la atención
clínica global al paciente.
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La asistencia al suicidio no puede ser el «tratamiento»
de ciertos pacientes, en sustitución de un tratamiento terapéutico,
racional, psicológico y social, que mejoraría su calidad
de vida
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El tema de la responsabilidad de la medicina en la muerte se plantea
ahora mismo a gritos en la sociedad. Se ha sustituido el término
eutanasia, por el menos comprometedor pero quizá más claro
de «suicidio asistido médicamente». De hecho, el «New
England Journal of Medicine», una de las revistas más prestigiosas
del área médica, ha planteado durante el año 1997
en varias ocasiones este tema. Así, en enero de 1997, la doctora
Kathleen Foley del «Sloan-Kettering Cancer Center», en un
inteligente artículo, plantea que existe una responsabilidad
social en el cuidado de los enfermos y moribundos. La doctora Foley
revisa las últimas sentencias legales que se han pronunciado
en los Estados Unidos en casos de muerte compasiva. Recogemos las citas
por su interés. «El enfermo terminal adulto, habiendo vivido
la dimensión de su vida, tiene un fuerte interés en elegir
una muerte digna y humana, y a no ser reducido a un estado de desamparo,
incontinente, sedado e incompetente» y por otro lado menciona,
«el Estado no tiene interés en prolongar una vida que declina».
Esta jerga legal anuncia lo que es en sí misma la llamada muerte
digna, indica fundamentalmente el poco interés que el Estado
americano tiene en éstos enfermos terminales, renuncia al amparo
que debe proporcionar a este tipo de pacientes. Foley plantea que de
ser plenamente legalizado, el suicidio asistido médicamente sería
un sustituto a un tratamiento terapéutico, racional, psicológico
y social, que de otra manera podría mejorar la calidad de vida
de pacientes terminales.
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Ni el dolor físico, que es necesario saber tratar,
ni cualquier otra deficiencia de un enfermo, no pueden ser una disculpa
para acabar con su vida
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Si es la condición de sufrimiento del paciente lo que justifica
la terminación de su vida, se corre el riesgo de devaluar las
vidas de los enfermos terminales. Se proporciona una excusa para que
la sociedad no asuma la responsabilidad que le corresponde en el cuidado
de un determinado tipo de enfermos.
Pero el tratamiento del dolor físico, y del enfermo terminal,
no es el único lugar en el que se plantea el suicidio asistido
médicamente o eutanasia. El reciente caso de Ramón Sampedro,
que ha conmovido a la opinión pública española,
dirige la atención hacia un campo no menos doloroso que el de
los enfermos terminales, el de aquellos enfermos que tienen menoscabada
su integridad física y no pueden valerse por sí mismos.
Me dedico desde hace años al cuidado de enfermos neurológicos,
muchos de ellos muy discapacitados psíquica y físicamente.
Es el mundo de los enfermos de Esclerosis Múltiple muy avanzada,
los tetrapléjicos y parapléjicos por accidentes de diverso
tipo, las trombosis cerebrales, todas las enfermedades neurodegenerativas.
Enfermedades, que no matan (por lo menos, a corto plazo) pero incapacitan,
y recortan de modo radical las perspectivas sociales, personales, humanas,
e incluso afectivas. A pesar de ello, he visto enfermos en situaciones
extremas realizando una actividad admirable. Todos tenemos límites
a la hora de desarrollar nuestras capacidades existenciales pero no
por eso dejamos de buscar salidas a nuestras vidas. Un enfermo discapacitado
conserva talentos que es posible potenciar, a ello es a lo que debemos
tender los cuidadores sanitarios.
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La experiencia nos va demostrando, que con trabajo intenso
e interés por la vida humana, se puede mejorar considerablemente
la calidad de vida de los enfermos incurables
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Por otro lado, en el caso de las enfermedades cerebrales neurodegenerativas
(demencias cerebrales, la enfermedad de Alzheimer y los trastornos vasculares
cerebrales) hay que aceptar que en pocos años se han producido
avances claramente espectaculares. Hace doce años cuando estudiaba
Neurología en la Facultad de Medicina, no se conocía tratamiento
para casi ninguna enfermedad neurológica. En la actualidad las
perspectivas están cambiando, la investigación está
dando un paso adelante en muchas áreas.
Los ordenadores aportan a todos estos enfermos un camino de expresión,
tengo ahora en mente a Stephen Hawking afecto de un trastorno neurodegenerativo
motor, o a Christopher Reeves, pentapléjico, conectado de modo
permanente a un respirador. Gracias a diversos métodos han podido
reemprender vidas aparentemente perdidas.
Se plantean nuevos retos de asistencia médica, lo fácil
es destruir, lo difícil es construir a partir de seres humanos
muy deteriorados. Cuando un sujeto, por estar enfermo, decide que la
vida no vale la pena ser vivida porque ha perdido todo atractivo, y
es costosa, quizá lo que falla es algo más que lo meramente
físico, falla algo en el sujeto y también en la misma
sociedad que no sabe acoger a sus miembros más frágiles.
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La calidad de una sociedad se muestra por la atención
que presta a sus individuos más débiles
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Si solucionamos el dolor y el aspecto depresivo que acompaña
a los enfermos, si les prestamos ayudas sociales adecuadas, reduciremos
grandemente la cantidad de individuos que requieran ayudas para el suicidio.
Al igual que la doctora Foley, me planteo que devaluar más aún
las vidas de los enfermos incapacitados propugnando la terminación
de sus vidas, es el camino fácil y cómodo, es retirar
la responsabilidad sobre su cuidado a la sociedad. Todo miembro de la
sociedad tiene valor, y es en el cuidado de sus seres más débiles
donde se ve la riqueza y los valores éticos de una determinada
sociedad.
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