El médico debe
ser competente en el tratamiento del dolor y de la
angustia
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COMENTARIOS AL CÓDIGO INTERNACIONAL
DE ÉTICA MÉDICA
Gonzalo Herranz
Artículo
28.2. En caso de enfermedad
incurable y terminal, el médico debe
limitarse a aliviar los dolores físicos y
morales del paciente, manteniendo en todo lo
posible la calidad de una vida que se agota y
evitando emprender o continuar acciones
terapéuticas sin esperanza, inútiles
u obstinadas. Asistirá al enfermo hasta el
final, con el respeto que merece la dignidad del
hombre.
(Adoptado en Londres,
1949. Enmendado en Sydney, 1968, y Venecia,
1983)
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Este artículo establece, en primer
lugar, la obligación del médico de asistir al
paciente incurable y al moribundo y de cuidarle en la fase
terminal de su enfermedad, aliviando su dolor y su angustia.
Condena, a renglón seguido, el ensañamiento
terapéutico. Concluye con la proclamación de
que, en la fase terminal de la vida, la atención
médica debe seguir respetando la dignidad del hombre
enfermo.
1. Nunca se destacará
bastante el alto valor profesional de la Medicina paliativa,
que requiere tanta ciencia y experiencia como las restantes
especialidades médicas. En una Declaración
sobre la Eutanasia, que hizo pública la
Comisión Central de Deontología en junio de
1986, se dice que "la asistencia médica al moribundo
es uno de los más importantes y nobles deberes
profesionales... El médico está obligado a
desempeñar su genuina función de ayudar y
atender al morir de sus pacientes por medio de un
tratamiento competente del dolor y de la angustia. Ha de
empeñarse en procurar el mayor bienestar material; ha
de favorecer, según las circunstancias, la asistencia
espiritual y el consuelo humano al moribundo;
prestará también su apoyo a los allegados de
éste".
Así pues, el médico
no puede permanecer ajeno a las necesidades del paciente y
de sus allegados y ha de saber confortarles en ese trance
final. Para ello, necesita, además de conocer
suficiente Medicina paliativa, tener sensibilidad para
percibir las necesidades físicas y morales del
moribundo y cooperar para que no le falte ni el consuelo
humano ni la atención espiritual que, de ordinario,
son la necesidad primordial del paciente y sus familiares y
amigos.
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Se condena todo
tratamiento inútil. La medicina reconoce sus
límites y se dignifica ayudando a morir, si
sería ya injustificado un tratamiento que intentara
la curación
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2. Por otro lado, condena este artículo la
obstinación o encarnizamiento terapéutico.
Todo tratamiento inútil es inético. No por
razón de que el médico practique una
ética utilitarista, sino porque el tratamiento
demostradamente ineficaz, en especial cuando implica el uso
de tecnologías costosas y se separa al paciente del
trato con familiares y amigos, es, en primer lugar, un error
de indicación terapéutica: el médico
ignora más allá de lo tolerable los datos
pronósticos del caso que atiende y le aplica remedios
incapaces de oponerse al curso, ya ineluctable, de la
enfermedad. El médico, por ejemplo, está
obligado a juzgar con objetividad y concienzudamente
cuándo un paciente debe ser ingresado en una unidad
de cuidados intensivos porque su cuadro es un episodio
crítico del cual puede ser rescatado; y cuándo
no debe hacerlo, porque su enfermedad terminal ya no tiene
remedio médico. Ha de tener el médico la
rectitud moral de no ofrecer o no permitir que se aplique
atención intensiva o cualquier otra
intervención agresiva cuando, juzgadas las
circunstancias del caso, concluya que son inoperantes. Hay
una necesidad de conocer y de investigar seriamente las
constelaciones de factores pronósticos, para que la
decisión de tratar o no tratar no sea el fruto de la
intuición o del humor, sino una medida prudente e
informada.
En otras ocasiones, el
encarnizamiento terapéutico no es resultado de la
incompetencia médica, sino resultado de una
falsificación, unas veces comercialista,
política otras, de los fines de la Medicina. En ambos
casos, es un error ético con el agravante de que
proporciona a los activistas de la eutanasia su principal
argumento para reclamar el derecho a morir con dignidad.
La citada Declaración de
junio de 1986 señalaba que "el médico
dignifica la muerte cuando se abstiene de tratamientos
dolorosos e injustificados y cuando los suspende porque ya
no son útiles". La deontología impone al
médico el deber de reconocer los límites de la
actuación médica aun ayudada por la más
poderosa tecnología, de ser consciente que el abuso
tecnológico causa en el paciente y en los allegados
del paciente sufrimiento, humillación e indignidad,
de modo que la Medicina es tachada de inhumana y altanera.
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