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Luis
de Moya, sacerdote, sufrió en 1991 un accidente de tráfico que le
dejó tetrapléjico. A la pregunta, el hecho de ser tetrapléjico, ¿cómo
le ha cambiado la vida?, responde: “Sólo de modo accidental. Me considero
la misma persona: por resumir, el mismo sacerdote de Jesucristo que
antes del accidente. Fue uno de los primeros convencimientos que tuve
al recobrar la conciencia después del golpe. Me ha cambiado la vida,
como es evidente, en el modo material de desenvolverme. Ahora todo
lo llevo a cabo con ayuda de otros y apoyándome en medios técnicos.
Pero sigo siendo yo. Mi vida tiene el mismo sentido, idéntico destino”.
A
los 38 años. A partir de entonces su vida cambió, pero sólo de modo
accidental, como nos explica. Luis de Moya se encarga de diferentes
capellanías en la Universidad de Navarra, dentro de las limitaciones
de su estado. Su actitud vital y su testimonio contrastan con la visión
que ha presentado Alejandro Amenábar en su película ‘Mar adentro’,
que recoge la historia de Ramón Sampedro y que ante el dolor humano
ofrece como única respuesta terminar con la vida de quien padece.
No
así los que no están dispuestos a matarlo por compasión. Según parece,
estos son o pueblerinos que no razonan o arrogantes sin fundamento
o ridículamente tozudos, según los casos. En este sentido, en efecto,
puede sensibilizar a la opinión pública a favor de la necesidad de
legalizar esa práctica. Pero con actores, quién sabe, puede hacer
lo que quiera.
Si se legaliza la eutanasia en nuestro país, ¿qué consecuencias acarreará? Me imagino que sucederá más o menos como en otros países, añadiendo a ello el apasionamiento propio del carácter español. También aquí se abrirán “centros especializados”; se producirá un cierto ahorro en pensiones; y veremos el “éxodo” de personas mayores y enfermos crónicos, si tienen posibilidades económicas, a otros países donde se sientan seguros; se producirá una crisis entre generaciones (los mayores se sentirán culpables) en cuanto se considere práctica normal la muerte anticipada de los que son una carga; en la práctica, la tercera parte al menos, se harán sin consentimiento del paciente por mucho que sea el control.
La aceptación
social de esta práctica producirá unas personas esencialmente egoístas
que actuarán con rectitud, en todo caso, procurando actuar dentro
de la legalidad para no incurrir en delito: liberados finalmente de
la generosidad gratuita por amor, las personas actúan a impulsos del
miedo.
Qué valor tienen el dolor y el sufrimiento Hay que decir que se ha mitificado mucho el sufrimiento en la enfermedad. Cada vez se avanza más en el tratamiento del dolor y son más frecuente las ‘Unidades del dolor’ en los hospitales. Una buena medicina sabe calmar el dolor. En último extremo siempre se puede llegar a sedar al paciente si no se pudiera calmar su dolor de ningún modo. Muy pocas veces, sin embargo, es necesario. De hecho, los partidarios de la eutanasia acuden ya pocas veces al argumento de “dolores insoportables” como un justificante para provocar intencionadamente la muerte. Me parece que todos tenemos experiencia de que amar de verdad cuesta. En cierto sentido supone siempre un cierto dolor, si no estamos hablando, desde luego, del amor superficial e inconsistente de una novela rosa. No en vano, se ha dicho que “el dolor es la piedra de toque del amor” o que “es tal la condición del hombre que no puede manifestar su amor sino en categorías de sufrimiento”. En definitiva: yo amo algo en la medida en que estoy dispuesto a sufrir por ello. El dolor serenamente llevado en el momento de la muerte, aunque debe calmarse en lo posible con fármacos y apoyo humano, puede ser una manifestación de reconocimiento de la propia condición de criatura. Todo ser humano, sin saber cómo y sin iniciativa alguna, se siente vivo de modo personal, y no se otorga la facultad de abandonar esa vida por propia iniciativa sin hacer una violencia a la realidad de las cosas. Para un cristiano, hijo de Dios, el sufrimiento llega a alcanzar valor de corredención. En unión al sacrificio de Cristo en la Cruz, el cristiano, dispuesto a sufrir en diversas circunstancias de su vida si es necesario, llega a ser, en palabras de san Pablo, otro Cristo. | |||||
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