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Para comunicarse, Olga escribe. Escribe en un alfabeto propio que sólo Belinda es capaz de comprender y traducir a palabras. Olga usa dos dedos de su mano derecha entre los que aprieta un rotulador Edding 1200 negro. Sus trazos son rápidos. Su cabeza está despierta y abierta a todo. «Tengo 41 años, estoy paralizada de la cabeza a los pies, apenas veo, no puedo hablar. Me alimento y respiro de manera artificial. Padezco una enfermedad neuromuscular grave, degenerativa, desconocida y sin tratamiento, producida al parecer por un componente, el curare, que se utilizaba en las anestesias en los años 70». Con 13 años a Olga la operaron de apendicitis. Antes, señala, fue una niña sana, inteligente, guapa, deportista y muy creativa, con facilidad para cantar, bailar, dibujar y escribir. | ||||||||
La enfermedad se consolida |
También se recuerda «presumida y testaruda». Tanto que entró al quirófano por su propio pie. Pero tardó 8 horas en despertar. La llamaban 'la bella durmiente'. «De las bromas pasaron a las lágrimas cuando al despertar dejé de ser una niña sana. Mi voz era como de catarro, me pesaba la lengua y al beber se me salían los líquidos por la nariz. Si me cansaba veía doble», dice. Pese a todo, trató de hacer una vida normal cuando no estaba ingresada. La examinaron en Logroño, pasó seis años en la Clínica Universitaria de Navarra... Luego, un rosario de hospitales. Entretanto estudió Decoración, se hizo fotógrafa profesional en Madrid, encontró trabajo... Pero el 27 de mayo de 1987 se le paralizó la glotis, se asfixió y estuvo seis minutos clínicamente muerta. Pasó cinco días en coma. A los tres meses tuvo una recaída. «La vida se me rompió a los 23 años. Había viajado, ligado y empezaba a trabajar... Estaba muy enamorada y tuve que romper esa relación, no quería que mi enfermedad salpicara a otros». Olga pide a Belinda que le seque una lágrima. Como no puede parpadear tiene úlceras. | ||||||||
Tirar la toalla es lo fácil.
Sigo viviendo porque creo que yo no soy quién para decidir mi día y mi hora. Pero respeto y entiendo a los que no quieren vivir. No impondré mis ideas ni mis principios a nadie. Para mí, la libertad y el respeto a los demás es lo primero.
No sé si es leyenda o ciencia. Lo que sí sé es que en mi vida está siendo una realidad. «Mi vida da frutos»
Al principio, muchas veces. Pero ahora, al ver que mi vida está dando tantos frutos ya no me lo pregunto. La gente me da la respuesta todos los días con sus llamadas, cartas y visitas.
Mejor no recordarlos. Suelo tener sueños premonitorios y no me fallan.
Sí. El día en que cumplí 40 años le dio un infarto. Estuvo mes y medio en coma y falleció el 17 de diciembre de 2003. Le echo muchísimo de menos. Era todo para mí. Padre, amigo, cómplice, enfermero... Valía por dos. Ahora mi madre y Belinda tienen que hacerlo todo. Yo soy paciente de UCI, pero no me pueden ingresar porque allí moriría de una infección y no tendría a nadie que me ayudara a expresarme. Lucho por vivir en mi casa, pero con ayuda.
Tengo seis amigas desde los 13 años. Tuve una temporada, cuando empezaron a casarse y a tener hijos, que sentía mucho dolor. Pero si le soy sincera creo que ahora soy más feliz que ellas. No tengo problemas de trabajo, ni de marido, ni de hijos, ni de suegras. Me he casado con el mejor hombre del mundo, nunca va a ser alcohólico, ni infiel, ni nada malo. Lloro a solas, por la noche, no quiero hacer sufrir a nadie.
Hay que ser fuerte para no recordar o desear. Reconozco que tengo mucha fuerza psíquica y mucho aguante.
Mire, yo me despierto y cuando siento los dolores o la fiebre, en vez de llorar me tomo algo y hago ejercicios mentales para separar mi cuerpo de mi alma. Cuando llega la enfermera por la mañana, le digo '¿venga, corre, aséame que tengo que hacer esto y lo otro!'. Mientras estoy con ella no paro de hacer cosas. Caigo en la cama tan cansada que no puedo ni pensar. Hago mucha oración y mucha meditación.
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