Precisemos conceptos

 

Carlos Verdú. Abogado. Levante 25.3.98

 

 

El respeto a la vida es cuestión de principios

 

 


CADA uno toma sus posiciones y establece las coordenadas de su criterio. Hay temas que no se resuelven en una convocatoria, ni siquiera en una rueda de tertulias, hoy tan de actualidad. El triple empate congresual, que dejó of-side la ley del 4° supuesto del aborto, el despeje momentáneo, por 3 votos, de la ley de la eutanasia activa, junto con el video del voluntario holocausto de Ramón Sampedro, reabren el debate.

Nadie esta exento de razones, y efectivamente existen argumentos que no deben dejarnos indiferentes. ¿Quién no se estremece ante las consecuencias no queridas de un devaneo, en edades poco proclives a responsabilidades generacionales; o incluso ante el dramático cuadro de una violación con consecuencias demográficas?

 

La adversidad entendida como reto: hay casos que piden una solución

 

 


¿Quién permanece impasible ante el sufrimiento y las limitaciones de quien por activa y pasiva pidió que se le administrara una dosis de muerte, como solución liberalizadora y dignificadora de una postración que le parecía indigna?

¿Quién en determinado ámbito geopolitico y social, degradado y degradante, no prescribiría como último recurso -cuando la pena no atiende a formalidades reeducadoras y normalizadoras sino mucho más arcaicas y ejemplarizantes- la instauración de la pena de muerte, si sólo con ella se fuera capaz de restablecer el orden social absolutamente quebrantado, que ponía en continuo peligro la integridad del cuerpo social?

Los tres supuestos soportan argumentos sólidos en uno y otro sentido, dependiendo del posicionamiento del que los esgrime. Considero que todos hemos experimentado una cierta evolución en éstos y otros temas, que los años van sedimentado como los estratos geológicos de nuestra personalidad, y un corte transversal dejaria a la intemperie.

 

La dignidad de la vida, porque es humana, reclama un importante esfuerzo por defenderla


En mi caso, he recorrido ciertas intransigencias posicionales, aunque desde la vertiente del máximo respeto a los demás. De todas, sólo guardo una: la defensa a la vida no es cuestionable. He llegado a esta conclusión, como espectador curioso y asombrado ante la gran maravilla que supone el hombre, como culminación del proceso creador, trascendente, libre, capaz de lo mejor y de lo peor, principio, soporte y destino último de cualquier carta de derechos fundamentales. De forma que si admitimos el ataque a su génesis, restamos importancia al primero de los derechos humanos: el derecho a la vida, incluso desde la concepción (momento en que surge la vida según la comunidad científica internacional), estamos devaluando el listado de los derechos fundamentales, estamos, como dijera el clásico, levantando tronos a las premisas y cadalsos a las conclusiones.

Sólo la legitima defensa estricta supondría el conflicto justificativo de una excepción defensiva, cuando los derechos contrapuestos son de idéntica magnitud y absolutamente excluyentes.

Por eso, uno está fervorosamente al lado de las mujeres, denunciando los sesenta y un asesinatos que, como producto de la violencia doméstica, tuvimos, para verguenza de todos, que padecer en 1997. Llega uno a sufrir con cada uno de los niños maltratados; porque, no se lo pierdan, los niños, que sin ningún género de dudas son lo mejor de la vida, lo mejor de nosotros, son también maltratados. Se pone uno en la piel de las viejecitas holandesas que sienten temor cada vez que en la residencia les administran un medicamento, y dudan si será ahora o en el próximo constipado el momento de aplicarles la terapia eutanásica.

 

Hablar de dignidad y poner los medios


Admiro a los que son capaces de transformar el sufrimiento y la limitación en fuente de alegría y superación, en riqueza interior, en entrega a los demás. Tengo que confesarles que me impresionó mucho más el libro de Luis de Moya (Sobre la marcha), que el video de Sampedro. Lo dos, con idéntica limitación, dan dos respuestas distintas, el segundo se quejaba de la vida «indigna» a la que su limitación había reducido su existencia, mientras el primero considera que es un multimillonario al que le han robado mil pesetas.

Estoy decididamente al lado de los diputados del empate, de los tres votos de diferencia, de los niños que trabajan y son maltratados, de las madres solteras, de Moya, de los de Kosovo, de los misioneros de Sierra Leona, de Annan, secretario de las Naciones Unidas que con su intervención ha evitado el segundo conflicto del Golfo, de las mujeres maltratadas y como digo, sin paliativo alguno, de la vida. La muerte buscada de propósito y aplicada como recurso terapéutico personal, psicológico o social, no puede nunca ser digna, la dignidad esta en la vida, y en aceptarla como es.

 

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