Se diga lo que se diga, cuesta
mucho
|
|
¿Que si soy feliz? Bueno... después de 10
años, tengo momentos mejores y peores. Yo no soy
estable de carácter ¿sabes? Hay días que
lloro por mis piernas. Sobre todo si oigo tacones en la
calle. Ese tac-tac-tac que hacía yo cuando andaba
todavía me duele y me da un mal rollo
espantoso.
|
El drama de una inocente que era
feliz
|
|
"LA BALA ME
PARTIÓ LA COLUMNA... Y SUPE QUE NO VOLVERÍA A
ANDAR"
Aquel día hacía sol y
yo tenía una sorpresa preparada para mi marido y mi
hija. Cocido Maragato ¡en California! Claro que era
difícil encontrar los ingredientes en Estados Unidos
-donde vivíamos desde hacía 3 años-
pero yo siempre conseguía lo que me proponía.
Yo era una de las enfermeras más eficientes de mi
departamento. Mi cocido estaba ya en su punto cuando
llamaron a la puerta. Y abrí. Ese fue mi error. Abrir
la puerta a una desquiciada de 18 años a la que no
conocía, que atropelladamente me decía que
estaba enamorada de mi marido, que yo interfería en
su camino y que por eso yo tenía que desaparecer. Yo
no entendía nada... pero sacó una pistola de
su bolso y cuando intenté huir ella me
disparó. ¿Y sabes qué? Lo noté
perfectamente. La bala me partió la columna... en
aquel momento supe que no volvería a andar. Dos
semanas más tarde me convertí en una mujer
amargada.
|
En muy poco tiempo cambia el tono
de la vida
|
|
"DEJÉ DE SONREIR Y AMARGABA A MI FAMILIA"
Cuando volví a mi casa del
hospital era una mujer sin sonrisa, con un rictus agresivo y
una furia que me sacudía por dentro. Sin querer,
atacaba a mi marido y a mi hija de 7 años,
haciéndoles la vida imposible. ¡Sólo
tenía 30 años y era una inválida!
Laura, la aventurera, la presumida, la loca de los viajes,
la que soñaba con embarcar con su hija en un crucero
por el mundo, la enfermera independiente y presumida, un
poco fanática del jogging y del body building era una
amargada. Siempre había sido una mujer inquieta, cada
tres meses me cansaba de estar en un sitio y me subía
a un avión con la niña, para ir a
España, a Alemania o a Nueva York. Mi marido me
dejaba ser así. Por eso el día antes de mi
accidente mi sueño era recorrer el mundo en un barco
con Natalia.
Pero el destino me ató a
esta silla. Yo no creo mucho en Dios... Creo más bien
en un destino que me paró los pies para que no
siguiera danzando de un lado para otro. Algo o alguien me
puso el disfraz de inválida sobre una personalidad
viva, independiente, caprichosa, coqueta, aventurera.
Reconstruir tu persona sobre este disfraz es muy
difícil.
Y por eso cuando desperté...
me sumergí en un infierno.
|
La depresión es tal, que ya
nada vale la pena
|
|
" ME ORINABA ENCIMA Y ME SENTÍA MORIR"
Mi marido se marchaba a las seis de
la mañana a trabajar, la niña al colegio, y
yo... me quedaba sentada en una butaca hora tras hora.
Mirando a un punto fijo. Con la vista pegada a una mochila
que la niña había dejado en mitad del
salón y yo no podía recogerla. Con un
pañal puesto. Sentía como la furia me
bloqueaba, me daban ataques de rebeldía salvaje...
Era horrible. Horrible. Y luego esa sensación... de
que te haces pis encima. Y defecas encima. Y te sientes
morir. Tu cuerpo se convierte en algo repugnante. Aquello no
era vida. No era vida. Claro que entiendo lo de aquel
gallego que pedía la eutanasia, Ramón
Sampedro. Él decía que «una vida
así no merece la pena ser vivida». Creo que
sentía algo parecido a lo que yo.
|
Lo peor no es el dolor ni la
inmovilidad
|
|
Te diré una cosa: la
humillación tiene más fuerza que el dolor. Lo
que me causó el shock, el impacto brutal, no fue la
inmovilidad de mis piernas, fue el no poder hacer mis
necesidades, el no controlar mi cuerpo. Yo misma me daba
asco. Me sentía tan humillada.
Entonces pensaba en matarme. Claro.
Lo pensé mucho. Y el médico me decía
que tenía que esperar seis meses para comprobar
cuánta movilidad había perdido realmente y yo
le decía ¿así? No, yo así no
quiero vivir. Y le aseguraba que a los seis meses, si no
podía andar, me suicidaría. Y él me
decía «comprendo cómo se siente»,
pero era mentira. Sólo lo comprendemos los que hemos
pasado por algo así. Nadie puede imaginarse
cómo te sientes cuando piensas que tu cuerpo ha
perdido su dignidad.
|
Lo peor es reconocer la propia
insignificancia
|
|
"SIEMPRE SUEÑO QUE ESTOY ANDANDO"
Por las noches, en mis
sueños, aparezco siempre andando, y al despertar,
cuando abro los ojos, la silla es siempre lo primero que
veo. Todas las mañanas recibo una bofetada de
realidad, por si acaso se me había olvidado, y por
eso tengo con mi silla una relación de amor-odio. La
odio porque minuto a minuto me dice que soy inválida.
Pero la amo también, porque sin ella no me
podría levantar de la cama y mirar de frente a los
demás.
Lo de mirar de frente a las
personas es importante. Recuerdo una mañana que la
niña había estado jugando con mi silla y
después se fue al colegio. Cuando me desperté,
no la tenía al lado de la cama y tuve que arrastrarme
por la casa para alcanzarla. En ese momento entró la
asistenta en casa. Y me sentí muy humillada. Aquello
fue un bajón que me duró varias
semanas.
Muchos creéis que lo
importante ante las dificultades es el alma y los
sentimientos, que lo físico es secundario, pero no:
cargar con tu bolsa de orina cuando hay invitados en casa es
humillante. Ver tu cuerpo deformado en el espejo es un
choque brutal. Dejarte desnudar, duchar y lavar por
desconocidos es horrible. Y pedir ayuda. Es muy
difícil, porque pedir equivale a reconocer que no
puedes, y para eso, hace falta crecer por dentro.
|
Considerarse además una
carga
|
|
Todas estas cosas te llevan a sufrir
una crisis de identidad. En esas ocho horas que pasaba sola
en casa, mirando al techo, me preguntaba ¿soy mujer o
no soy mujer? Y no sabía responder. Tiré a la
basura mis zapatos de tacón, mis medias, mis vestidos
de fiesta. Ya no podía limpiar la casa, ni cocinar,
ni cuidar de mi hija, que era mi obligación de madre,
y mi vida sexual con mi marido se había roto. Y no
sólo la vida sexual, sino mi sensación de ser
mujer. Mi vocación profesional -yo era enfermera- y
mi independencia económica también se
esfumaron.
Y entonces te quedas ocho horas en
casa pensando en que no sabes quién eres ni para
qué sirves y comprendes que no merece la pena vivir.
Ni por ti, ni por los demás, porque ya no les das
nada y sólo eres una carga para ellos. Asexuada y
necesitada, era una especie de parásito que
necesitaba de los demás para sobrevivir.
|
Descubrir la propia
utilidad
|
|
"MI HIJA, NATALIA, TENÍA 7 AÑOS ¡Y ME
NECESITABA!"
Por las tardes, mi hija Natalia me
miraba, se abrazaba a mí y lloraba despacito. Yo
estaba ofuscada y rabiosa al verla privada de la madre que a
ella le encantaba tener: esa mamá imprevisible que
tanto le divertía. Pero, aunque yo no me diera
cuenta, ella sufría mucho viéndome así.
En algún momento empecé a comprender que mi
niña me necesitaba. Mi marido intentaba cuidarme,
pero nuestra relación se estaba rompiendo. Él
estaba fuera de casa todo el tiempo y no representó
un apoyo para mí. Pero Natalia necesitaba que yo
existiera. Eso me hizo ver que todavía podía
ayudar, que todavía era útil. Y eso lo
cambiaba todo. Eso era vital.
|
Convertir la vida en un reto
devuelve la autoestima
|
|
"LOS ENFERMOS QUE SE SUICIDAN LO HACEN PORQUE SIENTEN QUE
MOLESTAN Y SOBRAN"
He pensado mucho todos estos
años. En las sociedades más antiguas, el
abuelo, el bebé, el niño, el enfermo, todos
tienen un papel dentro de la familia. Se necesitan, y a
nadie se le pasa por la cabeza suicidarse. Todos viven
juntos, y se ayudan y se necesitan entre sí. Esa es
la diferencia con las sociedades avanzadas. En el mundo
moderno, todos son independientes y muchos viven solos, pero
cuando nadie te necesita es como si ya no fueras persona.
Entonces te sientes un bicho y no un humano.
Cuando alguien
pide la eutanasia o se suicida es porque llega a un extremo de desesperación
en el que ya no se sienten parte de la humanidad, se sienten excluídos.
Muchos se quitan la vida para no ser un estorbo, pero a veces, detrás
de ese acto supuestamente heroico, hay miedo. Les resulta imposible
enfrentarse a la vida. Le tienen más miedo a la vida que a la
muerte. Pero a esa gente hay que entenderla y ayudarla haciéndoles
sentir que su existencia es importante para ti, es demasiado fácil
condenarles por pedir la eutanasia. Por eso, cuando noté que
mi hija me necesitaba, empecé, poco a poco, a salir de aquel
abismo. Me convencieron de que me hiciera voluntaria visitando a los
que también estaban como yo. La sensación de que ayudas
a otros te devuelve un poco a la persona que hay en ti. Y luego, las
metas. En seis meses tenía que conseguir limpiar la casa, en
dos meses aprender a ducharme sola, en un año conducir un coche.
Y los viajes, que tenía que poder hacerlos sola. Los retos te
devuelven la autoestima.
|
Pero el riesgo de volver a romperse
es mayor
|
|
"LO PEOR NO ES EL DOLOR, SINO LA SOLEDAD"
Mejoré mucho aquellos
años, pero mi matrimonio, desde el accidente, no
marchaba bien y acabó por romperse. Y entonces fue
como si todo volviera a empezar. Me hundí de nuevo.
Volví a odiar mi cuerpo, a sentirme un
parásito. Y un día me bebí una botella
de whisky con una caja de valium.
(...)
Me salvaron. Mi hija me
salvó otra vez.
(...)
No te impresiones... Quitarte la
vida es muy fácil, te lo aseguro. No es una cosa del
otro mundo. Yo he estado coqueteando con el suicidio durante
todos estos años. El accidente me hizo perder el
miedo a la muerte. Yo, cuando recibí el tiro,
creía que me iba a morir, vi la muerte y la
acepté. Al salvarme, comprendí que la muerte
no era para tanto. No tengo miedo a nada. Al dolor
físico no le tengo miedo. Es peor la
humillación, la soledad.
Los psiquiatras me han dicho que no
había superado mi accidente. Salir adelante me va a
costar toda una vida. Es muy duro ser parapléjica.
Sobre mi silla de ruedas, la gente no ve una persona, ve un
problema. Y yo a veces también.
|
La importancia de sentirse
persona
|
|
Pero ahora me alegro. Estoy contenta
de no haberlo conseguido. Creo que al rendirme hubiera
provocado mucho desaliento a mi hija y a mi familia. Un
suicidio crea una atmósfera de pesimismo que tira a
los demás para abajo, y a veces ellos se sienten
culpables.
Y los retos que he conseguido
después... también merecen la pena. Te
parecerá extraño pero una de las mejores
experiencias ha sido recuperar mi vida afectiva y sexual.
Hasta ahora no es que tuviera un impedimento físico,
sino que no me sentía mujer. Recuperar el amor y el
sentir que das, que te entregas, que te valoran, te
necesitan y te sienten como una mujer es impresionante. Ha
sido otro gran vuelco en mi vida. Ahora las cosas tienen
otro brillo, y yo, otra alegría y seguridad.
|
A pesar de todo se puede ser muy
normal
|
|
Ahora tengo amigos que me consultan
sus problemas o mantengo conversaciones por Internet con
amigos tetraplégicos que pierden la esperanza. Muchos
se sienten muy solos. Hay gente que me dice que le ayuda
hablar conmigo, que les sube el ánimo cuando me ven,
que le doy buen rollo. ¿Que si les ayudo? No sé
si tanto... Pero puede que les haya dado algún
empujoncito. Algunos me los han dicho. Simplemente por eso,
y por mi hija, ya no merecía la pena morir. Ahora lo
tengo claro... si puedo compartir, si puedo sentir, si puedo
ayudar a los demás, entonces puedo vivir.
|