No está legalizada la eutanasia pero se tolera
aunque muchos no la soliciten
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Holanda
Una estadística oficial contenida en el informe
Remmelink muestra que las personas a las que se practica la eutanasia
todos los años en Holanda son aproximadamente el 15% de la población,
que, en cifras concretas, corresponde a cerca de 20.000 personas, de
las que el 9% no la había solicitado. La situación es
más sorprendente aún si se considera que en ese país
la eutanasia no esta legalizada; hasta ahora simplemente la han tolerado,
y eso demuestra que vale la pena reanudar el debate sobre ese tema.
¿Por qué sorprenderse? En una sociedad en
la que efectivamente ya no existen principios, ni puntos de referencia,
todos los excesos son posibles. Hemos tenido un ejemplo de ello en Crónica
de una muerte anunciada, telefilm transmitido recientemente por diversas
cadenas europeas públicas de televisión. Lo mas triste
es que el médico sólo tenía para ofrecer a su paciente
una inyección letal. ¿No había otro modo para aliviar
su dolor? Seguramente se podía hacer mucho más para aliviar
el sufrimiento moral de quien estaba a punto de emprender el gran viaje.
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Los candidatos "tipo" van aumentando
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Por lo que respecta a las indicaciones a las que se recurre en Holanda
para justificar la eutanasia, se constata que siguen una evolución
similar a la de las indicaciones relativas al aborto: su lista no deja
de alargarse y diversificarse. Ya no se trata de autorizar la eutanasia
para los enfermos terminales, sino también de autorizarla o tolerarla
para los niños afectados por malformaciones, para los minusválidos,
para los enfermos mentales, etc. ¿Cuánto habrá que
esperar, todavía, para que se la aplique también a los
mongoloides y a los enfermos del sida?
La Alemania nazi
Algunas personas sufren cuando se les recuerdan las
páginas particularmente oscuras de la historia contemporánea.
Sin embargo, mas que protestar por la comparación (con los nazis),
sería necesario prestar atención a la advertencia de uno
de los más grandes historiadores de nuestro siglo, Toynbee, quien
afirmaba que «quienes ignoran la historia están dispuestos
a repetir sus errores».
¿Cuántos de nosotros, por ejemplo, saben
que el telefilm holandés Crónica de una muerte anunciada
es sólo una refundición de la película Ich klage
an promovida por Goebels en 1941?. La única diferencia con respecto
a la película holandesa, es que aquí la persona a la que
se practica la eutanasia es una mujer. El mensaje de esa película
era simple: en nombre de los intereses del Estado, de los imperativos
de la raza, de las consideraciones filosóficas, etc., había
que permitir eliminar a las personas consideradas inútiles o
peligrosas.
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La compasión y la utilidad social eran asimismo
los argumentos nazis
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En 1920, el jurista Binding y el médico Hoche publicaron en Leipzig
la obra fundamental sobre este tema. Es imposible hallar esa obra, pero
en 1992, en Estados Unidos, se publicó su traducción inglesa
(Issues and Medicine, P.O. Box 1586, Terre Haute, IN, pp. 231-265) Esos
dos autores fueron recordados a menudo en el proceso de Nuremberg, en
particular por el doctor Brandt, uno de los artífices del programa
nazi de eutanasia y genocidio judío (cf. A. Mitscherlich y F.
Mielke, Medizin ohne Menschlichkeit, Fischer Verlag, Frankfurt S.M.
1989). La obra de Binding y Hoche ya contiene todos los argumentos presentados
hasta hoy en favor de la eutanasia y, más precisamente, del suicidio
asistido: la compasión y la utilidad social.
Aunque el recuerdo de ese hecho histórico sea
desagradable, su comparación con la práctica recomendada
y realizada hoy no puede considerarse exagerada. Hoy, como ayer, en
la base de esas prácticas se encuentran teorías inspiradoras
muy semejantes, que han de estudiarse atentamente. Si las mismas teorías
producen los mismos efectos, entonces debemos preguntarnos si no nos
estamos encaminando también nosotros hacia un declive muy peligroso.
Por lo demás, ¿qué importancia tiene el hecho de
que las «justificaciones» propuestas sean diferentes, cuando
las prácticas mortales en las que desembocan son las mismas?
Perspectiva filosófica
El debate sobre la eutanasia se amplía si se
relaciona con algunas corrientes filosóficas capaces de aclararlo.
Aquí nos limitaremos a mencionar dos.
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La fuerte influencia
del pesimismo hegeliano: la muerte como autoafirmación
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Hegel
Más allá de las corrientes filosóficas
que aparecen actualmente en Holanda, y de la concepción de Binding
y Hoche, el debate sobre la eutanasia nos remite a una filosofía
que ha marcado toda nuestra época: la de Hegel (1770-1831). Como
explica Alexandre Kojeve, uno de sus mayores estudiosos (Introducción
a la lectura de Hegel, Gallimard, París 1945, pp. 529-575), la
filosofía de Hegel es, ante todo, una filosofía de muerte.
Hegel está atormentado por la condición del hombre, ser
finito, como los animales, pero que, a diferencia de ellos, está
dotado de razón y de voluntad propia, y es consciente de estar
destinado a la muerte. Frente a esa situación inevitable, frente
a ese fin fatal, el hombre busca en el don de la muerte la afirmación
suprema de su libertad soberana. El hombre realiza eso mediante el acto
de quitarse la vida, mediante el suicidio. Sin embargo, si el hombre
es señor de su propia vida y de su propia muerte, ¿por qué,
con mayor razón, debería renunciar a ser señor
también de la vida y de la muerte de los demás, como ya
se sugiere en la famosa dialéctica del señor y del esclavo?
Aquí estamos en el origen de todas las morales
contemporáneas de los señores, contra las cuales nunca
han dejado de reaccionar las corrientes atentas a los derechos del hombre,
especialmente de los más débiles. Los señores en
cuestión, siendo los más fuertes, se reservan el ejercicio
de un dominio total sobre su propia vida y sobre la de los demás.
Esta moral lleva a múltiples formas de opresión, de segregación
o de guerra, según criterios de raza o de clase, de rendimiento,
de solvencia o de utilidad.
Frente a la certeza de la muerte, siempre angustiosa
para nosotros, ¿no sería más sabio prestar atención
a lo que escribía el profesor Lucien Israel: «Debemos estar
siempre abiertos a esa parte del misterio que nos recuerda la muerte»?
Los filósofos y la dignidad del hombre
Para que existan valores esenciales, valores que hay
que respetar y promover juntos, a fin de que sea posible vivir en una
comunidad pacífica, debemos discernir y denunciar las teorías
premonitorias y los excesos, e impedir que se difundan ciertas prácticas
que son su consecuencia fatal. Es el momento de recordar aquí
las advertencias de los grandes profetas de nuestro tiempo, como Jaspers,
Hannah Arendt, I. Chafarévitch, Claude Polin, Jean-Jacques Walter,
sólo por citar algunos.
Aunque han sido numerosas las guerras y la práctica
de la opresión haya sido constante, la sociabilidad, la fraternidad
y la solidaridad han sido, ya desde la antiguedad, valores morales que
nuestras sociedades se han esforzado por estimar y garantizar. Estos
valores, que compartimos totalmente, implican siempre un acuerdo fundamental
sobre la igual dignidad de todos los hombres. Proporcionan a los hombres
un nuevo terreno de discusión para explorar. Por lo demás,
cada vez que esos valores han sido despreciados o violados, los hombres
deseosos de libertad han intervenido para devolverles el respeto.
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La defensa de la vida humana no es una cuestión
sólo cristiana
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Aportación de los cristianos
Frente a la cuestión de la eutanasia, ¿qué
se puede decir desde un punto de vista cristiano? Ante todo, es preciso
decir que de ninguna manera los cristianos tienen el monopolio del respeto
a la vida humana. Por lo que atañe al respeto a la vida, las
leyes en vigor hasta hace poco tiempo en Bélgica no habían
sido impuestas bajo ningún tipo de presión clerical; eran
el resultado de la mayoría de votos expresados democráticamente.
A este propósito, señalemos que la ley belga de 1867,
que condenaba el aborto, había sido votada por una mayoría
liberal, y que en esa época los católicos formaban parte
de la oposición. Esto significa que existen valores que nos acercan
y, basándonos en ellos, es posible entablar un dialogo en un
clima que no sea polémico.
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Por diversas influencias algunos cristianos pierden la
esperanza
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Una de las características de la tradición judeocristiana
es que la vida es acogida como un don. La recibimos de nuestros padres
y, antes incluso, la recibimos de Dios mismo. Por desgracia, en el corazón
de algunos de nosotros las heridas debidas a la educación, a
diversas circunstancias de la vida, nos impiden acoger ese don según
lo que es: un don maravilloso. Esas heridas nos llevan a rebeliones
que bloquean el camino de la esperanza.
Sin ceder -¿es necesario decirlo?- a la provocación,
quisiera, de todos modos, invitaros a ser audaces por la esperanza de
la resurrección. La gran diferencia entre los agnósticos
y los ateos por una parte, y los cristianos por otra, es que estos últimos
creen firmemente que Jesús murió y resucitó. Los
testigos y los discípulos de Jesús arriesgaron su propia
vida para transmitirnos ese mensaje. Entre esos testigos, figuran los
discípulos que, como san Pedro, habían renegado de Cristo
en el momento de la pasión y lo habían abandonado mientras
moría en la cruz. Esas mismas personas que lo habían abandonado,
después de la resurrección se expusieron a todo tipo de
peligros para proclamar por doquier en el mundo que aquel a quien habían
crucificado estaba vivo y que «comimos y bebimos con él
después que resucitó de entre los muertos» (Hch 10,
41).
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Los que se saben hijos de Dios no temen el futuro
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Desde ese punto de vista, conviene prestar atención a lo que
dice la Iglesia. Aunque a veces lo diga de modo muy sencillo; aunque
sea responsable históricamente de numerosos pecados; aunque lleve
ese mensaje en vasijas de barro, la Iglesia nos propone esa solución
última del misterio de la muerte evocada por Lucien Israel: la
muerte nos abre la puerta de la esperanza de que nos habla toda la Biblia.
Para concluir, permitidme contaros un episodio que me
tocó vivir. Las circunstancias de la vida me han permitido conocer
a Gérard Mortier y Sylvain Cambrelaing cuando se encontraban
en Bélgica. Más precisamente, me encontré con ellos
en una circunstancia dolorosa, es decir, durante el funeral cristiano
de la madre de Gérard, celebrado en Gand. Sylvain había
dirigido un importante programa musical, donde figuraba la Maurerische
Treuermuzik (KV 477) de Mozart. Un día, hablando con Sylvain
de esa sublime música fúnebre masónica, le expresé
mi admiración por el hecho de que, después de un bellísimo
desarrollo completamente en tono menor, la pieza terminaba con un inesperado
acorde en tono mayor. Sylvain me respondió: «Es sencillo:
más allá de la incertidumbre; más allá de
la angustia de la muerte, ese acorde indica la esperanza que brilla
como una pequeña luz y que nada puede apagar».
Por eso, mientras esperáis ese acorde mayor;
mientras oís repicar la campana de que habla Goethe en la segunda
parte de Fausto, os pido que no cerréis vuestro corazón,
sino que acojáis con alegría las señales que provienen
de un mundo que está más allá de nosotros mismos.
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