El legalismo de la eutanasia

Ignacio Aréchaga ACEPRENSA 164/00

 

Una sociedad avanzada es la que logra evitar la soledad de los ancianos, la que cuenta con médicos que saben cuidar cuando ya no pueden curar (...), la que dedica medios a la atención de los enfermos terminales, sin ocultar la muerte. En cambio, legalizar la eutanasia es una declaración de derrota social.

 

 

Como si una ley arreglara todo

Una de las supersticiones modernas es creer que basta hacer una ley para zanjar un problema. También la legalización de la eutanasia -"con los más estrictos controles", por supuesto- se presenta como si fuera la receta mágica para solucionar el fin de la vida en una sociedad moderna y envejecida. Quizá quien está acostumbrado a echar mano de las pastillas para problemas que requerirían la forja del carácter, tiende también a pensar que la "muerte digna" tiene que ver con inyecciones y sustancias letales.

 

Un poco más complejo

Pero afrontar el cuidado de los enfermos terminales de acuerdo con la dignidad humana es un problema complejo. Exige competencia técnica y capacidad de comunicación por parte del médico; cariño y espíritu de sacrificio por parte de parientes y amigos; aceptar y encontrar sentido a la propia muerte por parte del enfermo. Nada de esto es fácil. Nada de esto es lineal. Nada de esto se arregla con una ley.

 

Un entorno humano para asumir la muerte

El entorno de un enfermo terminal está lleno de interrogantes. ¿Se han puesto todos los medios razonables? ¿Es mejor suspender ya los medios artificiales y dejar que la naturaleza siga su curso? ¿Se podría aliviar más su dolor, aunque los analgésicos abrevien su vida? ¿Se siente acompañado? ¿Comprende que va a morir? ¿Puede alguien decidir por otro que su vida ha llegado a ser insoportable y que es preferible morir? El legalismo de la eutanasia no dará nunca respuestas a las perplejidades, los altibajos, las dudas de conciencia de los médicos, de los parientes, del enfermo. Solo se encontrarán soluciones razonables si están guiadas por el deseo de proporcionar al enfermo el entorno más humano para que pueda afrontar y asumir su muerte.

 

 

Casi nunca es verdad...

La eutanasia se presenta como la decisión libre del enfermo, que ejercita su autonomía racional sin coacciones. Pero esto rara vez ocurre en la realidad. Un enfermo es una persona dependiente del médico y de la familia. El médico tiene el control de la información médica disponible y puede plantear las opciones de modo que favorezca una determinada solución. Ante unos hijos nerviosos el enfermo puede experimentar que está siendo una carga. Y no hace falta que los médicos o los familiares estén guiados por intereses torcidos. Basta que exista la posibilidad legal de una salida "rápida e indolora" para que el enfermo acabe viendo su "derecho" a morir como un deber. Por no hablar de otras muchas situaciones en que el candidato a una muerte anticipada no puede decir nada (por coma, depresión grave, enfermedad mental...), y serán otros los que decidirán por él.

 

Se permite y legaliza la incompetencia

Frente al arduo problema del fin de la vida, la eutanasia es una falsa salida técnica. Una solución que, curiosamente, no convence a quienes están más habituados a ayudar a bien morir a otros. Los especialistas en Medicina paliativa, los creadores del Hospice Movement para enfermos terminales, las congregaciones religiosas que atienden ancianos, no se encuentran entre los partidarios de la eutanasia. Si los pacientes están bien atendidos, con competencia y humanidad, la eutanasia no se plantea.

 

El gran paso holandés

Una sociedad avanzada es la que logra evitar la soledad de los ancianos, la que cuenta con médicos que saben cuidar cuando ya no pueden curar, la que ofrece los cuidados paliativos para dominar el dolor, la que dedica medios a la atención de los enfermos terminales, sin ocultar la muerte. En cambio, legalizar la eutanasia es una declaración de derrota social.

 

De ahí que la ley holandesa sea un gran paso... en la dirección equivocada. Una ley jurídicamente peligrosa y desmoralizante desde el punto de vista ético.

 

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