Philip Nitschke
  Dr Philip Nitschke
 

Máquinas para suicidas

" EL ARTILUGIO AUSTRALIANO NO DEJA OPCIONES A LA TENTATIVA FALLIDA "

Juan Manuel de Prada
El Semanal (Nº 834, del 19 al 25 de Octubre de 2003)

Limpia y de fácil manejo         Una panda de australianos taradetes ha patentado una 'máquina para suicidarse' que esperan comercializar al muy módico precio de diez dólares. El artefacto en cuestión, que se instala en apenas media hora, consta de una bombona de 'plástico reciclado' (nótese el enternecedor prurito ecologista de estos psicópatas) que emite monóxido de carbono a través de un tubo que el suicida se inserta en la nariz. Aseguran sus inventores que la infalibilidad de la máquina está avalada por un tal doctor Philip Nitschke, apóstol de la eutanasia, que en los últimos años ha alcanzado cierta notoriedad impartiendo seminarios sobre muerte asistida'. Quien a partir de ahora desee exiliarse del planeta azul ya no tendrá que recurrir al potaje de barbitúricos o a la fuerza de la gravedad, elecciones chapuceras que suelen saldarse con úlceras de estómago o coscorrones vergonzantes; el artilugio australiano no deja opciones a la tentativa fallida. Ni siquiera será preciso que el suicida solicite la cooperación de un deudo o amigo para completar su designio, pues la maquinita de marras incluye un prospecto explicativo para usuarios especialmente torpes.
Intenciones de todo tipo todas muy criticables         No parece una casualidad que la presentación o puesta de largo de tan macabro aparato se realice a rebufo de la conmoción causada por la muerte de Vincent Humbert, ese joven francés tetrapléjico que puso fin a sus días, con la connivencia o colaboración de su madre y de los médicos que lo asistían. Vemos aquí, una vez más, cómo los dilemas éticos estimulados por casos tan extremos como el del joven Humbert favorecen la emergencia de mentecatos que disfrazan con los ropajes de la compasión sus delirios criminales. Y es que también la compasión debe someterse a ciertas cortapisas. La eutanasia activa pretende evitar una 'prolongación innecesaria' de una vida maltrecha. mediante una intervención efectiva, propia o ajena. Pero, ¿cuáles son los criterios que se esgrimen para determinar que una vida sea 'innecesaria'? ¿Son el dolor. el sufrimiento, la depauperación progresiva de nuestra salud criterios válidos y suficientes? Por lo demás, ¿a quién corresponde la decisión de determinar cuándo el sufrimiento rebasa los límites soportables? El enfermo, ofuscado por sus quebrantos, podria anticipar insensatamente su fin; muchos suicidas frustrados se han arrepentido después de una decisión que adoptaron en circunstancias de enajenación afortunadamente pasajeras. Los familiares del enfermo, incapaces de soportar la postración del ser querido, suelen tener cegada la capacidad de discernimiento. Y los médicos. en su afán por evitar el dolor del paciente, pueden llegar a investirse de atribuciones que no les corresponden. La enfermera austriaca Waltraud Wagner, que en apenas seis años llegó a abreviar la vida de cincuenta ancianos (aunque algunos investigadores alargaron la cifra hasta los trescientos), no actuaba a impulsos de un instinto homicida, sino segura de que contribuia a aliviar la agonía de enfermos terminales.
La muerte llama a la muerte

        Ayudaba a morir a sus pacientes mediante lo que ella denominaba una 'cura de agua': cerraba los orificios nasales de sus víctimas apretando las aletas con los dedos. presionaba su lengua hacia abajo y los obligaba a tragar agua, hasta que sus pulmones quedaban encharcados. Waltraud Wagner siempre consideró que estaba desempeñando una obra de caridad; se definía a sí misma como un ángel cariñoso y compasivo que sólo administraba su cura a quienes deseaban morir. Una benéfica máquina para suicidas. Pero la muerte llama a la muerte, y poco a poco Waltraud Wagner empezó a dispensar sus servicios a los ancianos que la irritaban con sus achaques. Y es que, desde el preciso instante en que despojamos la vida de su condición intangible, estamos abriendo una caja de Pandora de la que emergen pavorosas, incontenibles máquinas administradoras de muerte.

 

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