Pude aceptar mi enfermedad

 

Jorge . Vivir Sanamente el Sufrimiento, p. 150 ss
Reflexiones a la luz de experiencias de enfermos. VVAA
Conferencia Episcopal Española. Departamento de Pastoral de la Salud

 

 

Al principio no le di importancia hasta que dijeron que acabaría en una silla

 


Mi enfermedad es la esclerosis múltiple, la cual padezco desde hace 13 años. Empezó cuando tenía 25 años, ahora tengo 38 y está en un estado avanzado, ya que me tiene paralizadas las piernas, las manos y alguna cosa más.

Como podréis comprender, al padecer la enfermedad tan joven no le presté mucha atención, pensando que no sería grave y que lo podría superar, y me volqué hacia el mundo del trabajo, olvidándome de mi enfermedad.

En aquella época estaba muy alejado de la religión cristiana, tan sólo me importaba un aspecto: el económico. Y así, continué empeorando, poco a poco hasta los 29 años. Llegando a este punto comprendí la gravedad de mi enfermedad, que era superior a lo que yo imaginé en un principio. Entonces comencé a acudir a los médicos, a los que había abandonado en un principio; estos últimos me informaron que tendría que dejar mi empleo y que acabaría en una silla de ruedas; para mí eso supuso un jarro de agua fría.

 

 

Pero mis desgracias sólo habían comenzado. Sin embargo, entonces encontré a Dios como muchos otros

 

 

 

 

 


A partir de estos momentos, todo lo que me rodeaba empezó a derrumbarse, mi esposa se divorció de mí y mis compañeros de trabajo, que yo tenía como amigos, empezaron a alejarse. En ese momento no hallé salida alguna, ya que aún no me había dado cuenta de la importancia que tiene la fe. A partir de aquí, mi vida comenzó de nuevo, hallé a Jesús, El transformó mi desesperación en alegría y así pude aceptar mi enfermedad.

Intento participar en la Eucaristía, aunque sea por medio de la televisión, y una vez por semana un representante de mi parroquia me trae la Comunión a casa.

Me gustaría poneros el ejemplo de los enfermos que se hallan y reunen en Lourdes; yo suelo ir dos veces por año si mi enfermedad me lo permite. No voy allí con la intención de curarme físicamente, sino que busco una curación más profunda, la espiritual. Allí te encuentras rodeado de personas que como tú están enfermas, aunque la mayoría se encuentran en peor situación que tú. Entonces les miro a los ojos y puedo ver a través de ellos una paz interior que la mayoría de las personas no alcanzan a comprender a lo largo de su vida. Con esto no os he querido decir que tengáis que ir a Lourdes para hallar la paz, no, al contrario. Estéis donde estéis, Jesús y María llegarán a vosotros entregándoos este tesoro.

Hace poco conocí a un chico que padecía la misma enfermedad que yo, nada más que él se hallaba en un estado menos avanzado. Conseguí lo que su mujer no había conseguido en dos años: conseguí darle ánimos y hacerle cambiar de opinión. Me sentí satisfecho por haber logrado llenar la vida de alguien que la tenía vacía.

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