Experiencias de una joven enferma

Olga Bejano. LA RIOJA, 13.III.95

Alma de color salmón
Olga Bejano

Hablo gracias a un cuaderno y un rotulador

Voz de papel
Olga Bejano

        Cuando, a través de los medios de comunicación, tengo noticias de alguien tan desesperado, al no encontrar sentido a su vida, que quiere ponerle fin con medios tales como el suicidio o la eutanasia, siento deseos de contar mi experiencia, de dar mi opinión, pues creo que, debido a mi situación, puedo hablar viendo el problema desde el centro de la plaza y con el toro delante, no desde la barrera.

        Primeramente voy a presentarme y a situar un poco en mi vida. Me llamo Olga, soy una chica a la que la enfermedad ha truncado su vida y quizá por eso la palabra VIDA me merece un gran respeto.

A los trece años fui operada de apenicitis; parece ser que la anestesia me danó el sistema nervioso afectando a los músculos; padezco una enfermedad neuromuscular grave, desconocida, progresiva y sin ningún tratamiento.

        Hasta los 23 años pude realizar una vida normal: estudiaba, ligaba, esquiaba...; ilusiones y proyectos no me faltaban. Pero en mayo de 1987, mi glotis se paralizó y tuve una parada cardíaca por asfixia; estuve por unos minutos clínicamente muerta, quedándome luego en comá. En ese momento más de uno no apostaba por mí, pero yo, por llevar la contraria, salí del coma y seguí viva. Desde entonces vivo sin poder hablar, ni comer. Hablo gracias a un cuaderno y un rotulador. Me alimento por medio de una sonda.

        Tengo hecha la traqueotomía y respiro con ayuda de una máquina. También dependo de un aparato de aspiración y de la silla de ruedas.

 Tuve la suerte de tener la famosa experiencia del túnel. Esto transformó mi vida

        Mi vida es, desde hace ocho largos años, malestar físico, obstáculos, limitaciones, problemas hospitalarios, familiares, burocráticos..., en una palabra: sufrimiento. Pero este sufrimiento, si uno llega, como yo, a entenderlo, es una lección constante que me ayuda a madurar, a superarme.

        Soy católica, siempre he creído en Dios y en la existencia del alma y en que cuando uno muere no termina allí; su vida sigue en otro lugar. Cuando estuve en coma, tuve la suerte de tener la famosa experiencia del túnel. Esto transformó mi vida. Desde entonces, no tengo ningún miedo a la muerte, porque sé que cuando uno se va, allí se siente mucho placer y bienestar. Como en esa experiencia pude comprobar lo agradable que es estar allí, me pregunto ¿por qué tuve que volver aquí? Aunque yo no quería volver, aquí estoy. Está claro que mi hora no había llegado. Todos tenemos un día marcado para nacer y otro para morir y yo no soy quién para alterar el destino y mucho menos los planes de Dios.

El sufrimiento y la muerte vienen incluidos en la vida

 

 

 

 

 

        Vivimos en una sociedad en la que prima el placer y lo material. Todos queremos gozar y ninguno sufrir, pero el sufrimiento y la muerte vienen incluidos en la vida, forman parte de ella. Soy partidaria de luchar, no de "huir". La eutanasia es una forma de huida y por tanto no deja de ser una cobardía. A mí no me parieron cobarde, por eso lucharé hasta el final. Respeto y entiendo a los que se dan por vencidos y no creen en nada, pero yo, cuando llegue el "Otro lado", quiero tener la sensación de llevar mis deberes cumplidos. Si me practicasen la eutanasia, creo que, al llegar allí, tendría la sensación de no haber sabido llegar hasta el final, como si dejase en este mundo alguna asignatura pendiente. Para mí todo lo que te quita la paz interior, no es bueno, y los médicos que han realizado eutanasias creen que hacen bien, pero confiesan sentirse mal. Todo anciano, minusválido o enfermo terminal, tiene derecho a una atención dígna, centros adecuados, ayudas familiares y económicas y grandes dosis de "cariñoterapia"; pero todo esto equivale a trabajo y dinero y es más fácil, cómodo y barato legalizar la eutanasia y al igual que hicieron los nazis, pero disfrazándolo de ayuda y compasión, quitar a todos de en medio.

        La mentalidad de que sólo lo biológicamente bueno, vale la pena, impide conocer grandes realidades humanas: Beethoven componiendo sus maravillosos cuartetos hasta el último momento; Mozart acabando en el lecho de muerte su magníficó Réquiem; Tiziano pintando, con casi 90 años, cuando apenas podia sujetar los pinceles. Los defensores de la eutanasia olvidan que cada vida es única e irrepetible y que cualquier vida tiene todo el valor posible. Si hubiese una vida sin importancia, ninguna sería importante.

Conceptos

Testimonios

Los médicos

Gente diversa

Correo

La Filosofía

El Derecho

Con la Iglesia

New

Principal