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Entrevista con el teólogo Massimo Petrini. La humanización de la muerte, un reto a la formación cristiana
ROMA, jueves, 15 enero 2004 (ZENIT.org) |
Muchas veces, también en el ámbito pastoral, hablamos más de los aspectos lúdicos, de cómo entretenerles. Falta una pastoral dedicada a estos temas que no se limitan al tema de la muerte, sino que tocan el sufrimiento, la aceptación de las limitaciones.
Los ancianos son actualmente los que superan los 75 años de edad se dan cuenta de que el horizonte se ha reducido, la muerte hace de fondo. Debemos tener el valor de afrontar el tema también desde el punto de vista religioso.
Sin juzgar el pasado, la pastoral de siglos anteriores era de tipo «obsesivo», basada en el juicio, en los aspectos más negros de la muerte. Deberíamos en cambio empezar a leerla en la clave de la misericordia y de la esperanza cristiana. La persona que muere debe conseguir aceptar su vida y releerla en esa clave.
Todavía hoy en realidad muchos enfermos oncológicos y personas muy ancianas están en casa. Por lo tanto es importante que también la parroquia tome conciencia de estos problemas, mientras estamos ligados a la figura de los capellanes de los hospitales y de las instituciones.
Si queremos llevar adelante una pastoral realista, debemos introducir estos temas «desagradables» en todo tipo de catequesis, conforme a cada edad y categoría. Ciertamente no existen sólo muerte y dolor. Pero entre las muchas motivaciones pastorales, hay que dar a estos temas mayor atención. También los sacerdotes y religiosos necesitan empezar ya desde el seminario a afrontarlos. Por ejemplo, previendo que los seminaristas frecuenten por algunos períodos hospitales o instituciones asistenciales. Sería un camino de humanización.
Veo la muerte como un proceso de humanización. Hace que crezcamos y crea un factor unificador: se descubre la humanidad común. Son temas que ciertamente no se pueden exaltar, pero si logramos hablar de ellos, conseguimos humanizar el ambiente, más allá de la exclusión y de nuestra «representación» diaria.
No hay que mirar tanto la edad, sino ver la muerte de una persona como el final de su respuesta a una vocación. También un niño, en pocos meses de vida, de forma misteriosa ha respondido a la vocación que Dios le había confiado.
En el funeral, las personas aún no se dan cuenta de la pérdida. Todos están alrededor. El problema surge con la vuelta a casa. La cercanía en el luto, del que hoy hemos suprimido los signos, forma parte del acompañamiento. Debemos ayudar a la comunidad a pensar que los primeros seis meses constituyen un período en el que se debe prestar mayor atención y escucha al que se queda. |
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