I .Una campaña engañosa en favor de la
eutanasia
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En España se está librando
una «lucha» por el reconocimiento social y legal de la eutanasia.
Hay que respetar la conciencia de las personas, pero no podemos quedar
impasibles ante una campaña que es inmoral por sí misma
y muy peligrosa para la sociedad entera.
No es cierta la impresión que se da de que las personas que
padecen alguna deficiencia estén deseando terminar con su vida.
Lo normal es que estas personas deseen vivir y esperan la comprensión
y la ayuda necesarias de los sanos para superar las limitaciones que
padecen. Ellos ni son ni se consideran a sí mismos seres indignos
de vivir.
Tampoco es cierto que la eutanasia sea un progreso en la historia de
la humanidad. Era ya conocida y practicada por los antiguos. El verdadero
progreso, aportado por el cristianismo, fue el de reconocer el derecho
a vivir de las personas incapacitadas y el desarrollar en los demás
las actitudes morales necesarias para ayudarles a vivir. Nuestro verdadero
progreso moral consiste en ayudar a vivir a los demás. Lo contrario
es barbarie.
Para favorecer esta campaña se utiliza también el recurso
de presentar la eutanasia como un acto de libertad para el que la pide
y un ejercicio de la misericordia en quien la ejerce. Ni lo uno ni lo
otro...
Para que un acto sea bueno, hace falta algo más que ejercerlo
libremente. Libremente se pueden hacer muchos disparates y muchas barbaridades.
Por otra parte, eliminar la vida de alguien difícilmente se puede
comprender como un acto de compasión. Y menos ahora, que hay
muchos medios para ayudarle a vivir con suficiente felicidad y aliviar
sus posibles dolores. La compasión verdadera lleva siempre a
ayudar a vivir mejor. Pero no ayudar a morir, que en definitiva es matar.
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II. La eutanasia es un grave mal moral
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Cuando hablamos de eutanasia nos referimos a una acción cuyo
objeto es causar la muerte a un ser humano para evitarle sufrimientos,
bien sea a petición de éste, bien porque alguien haya
llegado a la convicción de que esa vida ya no merece ser vivida
ni matenida.
Así considerada, la eutanasia "es siempre una forma de homicidio,
pues implica que un hombre da muerte a otro, bien sea mediante un acto
positivo, o bien mediante la omisión de la atención y
cuidados debidos".
La eutanasia propiamente dicha puede aparecer aceptable para algunos,
a causa de un excesivo individualismo y de la consiguiente mala comprensión
de la libertad, como si fuera la capacidad de decidir cualquier cosa
con tal de que el individuo la juzgue necesaria o conveniente.
En esta mentalidad la existencia humana es vista y querida como una
mera ocasión para disfrutar. No faltan los falsos profetas de
la vida «indolora» que nos exhortan a no aguantar nada desagradable
y a rebelarnos contra el menor contratiempo. Cuando ya no se puede disfrutar
de la vida, la única salida razonable sería el suicidio,
directo o asistido. Estos son los verdaderos precedentes de la eutanasia.
Los cristianos sabemos de dónde viene el verdadero valor de
la vida. El ser humano, creado a imagen de Dios, es capaz de relacionarse
personalmente y de vivir en alianza con El por toda la eternidad. Todo
ser humano tiene, por eso, una misteriosa dignidad divina. Cada persona
vale por sí misma, independientemente de las circunstancias buenas
o malas en que viva. Cuanto más débil aparezca, más
digna es de nuestro respeto y ayuda.
El «no matarás» (Ex 20,13) se refiere también
a la propia vida. El quinto mandamiento del Decálogo expresa
en forma normativa que la vida del ser humano no está a disposición
de nadie, pues no es propiedad exclusiva de nadie, sino don de Dios.
La experiencia y la sabiduría humanas entienden, por lo general,
que la vida pertenece a esa clase de bienes que son anteriores y mayores
que nosotros mismos, que nos acercan a la esfera de lo misterioso, y
que por eso mismo no están a nuestra disposición.
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III. El mal moral de la eutanasia compromete la vida
social
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La aceptación de la eutanasia trae muy malas consecuencias. Cuando
las leyes permiten la eutanasia, poco a poco se va haciendo normal que
los sanos y fuertes dispongan de la vida de los enfermos y decidan cuándo
ya no tienen derecho a seguir viviendo.
La aceptación social y legal de la eutanasia genera una trágica
presión sobre los ancianos, los discapacitados o incapacitados
y sobre todos aquéllos que, por un motivo u otro, pudieran sentirse
como una carga para sus familiares o para la sociedad. Ellos mismos
terminan pensando que no son dignos de vivir a costa del sacrificio
de los demás.
El reconocimiento legal de la eutanasia conduciría a un modelo
de sociedad dominada por el egoismo, sin amor ni generosidad, sin sacrificio
de los unos por los otros. Una vida organizada así, termina con
la riqueza interior de las familias y hace crecer el miedo y las sospechas
en lo más sagrado de la vida y de las mismas instituciones sanitarias
y sociales.
La respuesta cristiana y verdaderamente humana ante la dura realidad
del sufrimiento es el amor, la abnegación, la ayuda generosa
al que sufre y necesita de nosotros. Hoy la ciencia tiene suficientes
recursos para evitar situaciones límite que resultarían
intolerables para el enfermo. El verdadero reto actual es el de ayudar
a vivir con dignidad y suficiente felicidad a los ancianos, a los discapacitados,
a todos los que tienen mermadas sus facultades. La verdadera respuesta
es el amor. Aunque tengamos que revisar y cambiar nuestras ideas y criterios
de vida.
El servicio amoroso a los necesitados pone a su disposición
los recursos de los sanos, aumenta sus posibilidades de vivir, estimula
sus deseos y sus esperanzas. A la vez, el amor hace el milagro de enriquecer
moralmente la vida de quien los atiende y se sacrifica por ellos, aumentando
el gozo y la felicidad de todos. La fe en Dios y la esperanza en sus
promesas de vida eterna hacen posible esta maravilla, mucho más
humana que la gélida sociedad de la muerte programada. Decididamente:
no a la eutanasia. Sí, una vez más, a la vida y a la generosidad.
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